martes, 25 de julio de 2017

El límite de la ausencia. Continuidad y despedida. 1


El sencillo gesto de enunciar un hecho o de expresar una realidad con frecuencia es suficiente para darles carta de naturaleza. Mientras permanezcan ocultos, disfrazados o mezclados con otros completamente ajenos vivirán en la mentira y el error. No existirán. No serán. Otro tanto ocurre con la libertad. Actuar como si esta existiera, por mucho que se empeñen algunos (o la mayoría) en coartarla, refuerza su carácter de ámbito innegociable, de condición imprescindible para el desarrollo integral de la persona. Asombra comprobar cómo durante esos años de hierro, pese al agobio de las consignas y discursos, a las estrecheces materiales y a la dureza de la represión de todo tipo, se daban pasos, al menos en el mundo más privado, íntimo o personal, así como en el del pensamiento y la creación, hacia la conquista y paulatina ampliación de un espacio de libertad, condición sine qua non para la extensión de las libertades públicas posteriores que hoy todos disfrutamos.

Si pensamos en La filosofía española actual : Unamuno, Ortega, Morente, Zubiri la obra de Julián Marías publicada por Espasa-Calpe en 1948, nos encontramos ante la constatación de un hecho y una realidad a la que ya no puede, porque nunca quiso, renunciar su autor. Filosofía, no mera escolástica, como se venía haciendo en la Facultad desde 1939; española, esto es: elaborada en España y en español; actual, presente, vigente, con un pie en el pasado, recogiendo los frutos de la rica tradición de la generación del 98 y siempre proyectada hacia el futuro. El reconocimiento a los maestros en un sincero homenaje independientemente de las ampollas que en los círculos oficiales pudiera levantar su simple mención refleja el nivel de seguridad y confianza en la veracidad de su pensamiento al que había llegado Marías. Algo similar sucede con el texto de ese mismo año, publicado en Santander, Ortega y la idea de la razón vital.

Pero a este estado de ánimo no se llega de forma gratuita. No olvidemos el impacto que  supusieron para la joven pareja las jornadas lisboetas junto a Ortega en verano de 1944, que se repitieron un año después. Fue un acicate para consolidar y afirmar la vocación creadora de Marías, a lo que hay que añadir el nacimiento de su primer hijo Julianín, el 11 de noviembre de 1945.
 

“Tenía delante, o en los brazos, una vida que empezaba; era una persona nueva; y, sobre todo, era alguien a quien Lolita y yo habíamos ayudado a existir; en ese sentido, “nuestro”; y, lo que se suele olvidar, íbamos a ser “suyos”” (Julián Marías. Una vida presente, I, 1988, p. 358)

Con el regreso de Ortega y el nacimiento de Julianín, auténticos estímulos, aborda y culmina sucesivos proyectos de gran alcance.


Finalizada en 1945. Publicada en 1950
Por una parte, La filosofía en sus textos finalizada en 1945 pero que retrasos burocráticos y técnicos obligaron a aplazar su publicación hasta 1950. Concebida como una biblioteca en miniatura para un mundo, el de la postguerra europea, que había sufrido la destrucción de innumerables librerías y colecciones bibliográficas, se presentaba como una gran antología filosófica.
De forma casi simultánea, comienza la redacción de la monumental Introducción a la filosofía que, tras 17 meses de intenso trabajo, finalizará en enero de 1947. Si en Historia de la Filosofía se concentra, como vimos, una gran dosis de pensamiento, en Introducción… destaca el papel de una mirada profunda: “Recorrer la realidad con la mirada, fielmente, dejándome llevar por ella, sin detenerme” (Julián Marías, Op. Cit., p. 363). De “mirada responsable” calificará a la Filosofía en 1970, en Antropología metafísica. Más que una materia o disciplina, se aborda la introducción a la Filosofía como una empresa, “la de introducirse alguien –yo, en primer término; el hombre occidental de mediados del siglo, también- en la filosofía”. Como no podía ser de otra manera, el método empleado iba a ser el de la “razón vital”, hijo de Ortega pero del cual había escrito muy poco:

Tras 17 meses de intenso trabajo...
“Yo lo había puesto en juego [el método de la razón vital] en todos mis escritos anteriores, con bastante fruto dados mis escasos recursos; pero nunca a fondo, sistemáticamente y desarrollando a la vez la teoría. El resultado fue un libro sistemático, pero de un tipo de sistema impuesto por la realidad, no voluntario: el sistema que corresponde al sistematismo de la vida humana”(Op. Cit., p. 363)

Desde la distancia observamos que la trayectoria intelectual de Julián Marías por aquellos años parece obedecer a un plan preconcebido que gira en torno a la continuidad de un latido cultural y de civilización que la guerra civil y sus secuelas no consiguieron apagar del todo. Sus obras parecen orientadas a alimentar esa llama que un conglomerado de fuerzas se empeñaba en extinguir.
 

Codirigida junto a Germán Bleiberg
Ese mismo deseo de continuidad y recuperación, nunca abandonado, se adivina en Diccionario de Literatura Española, aparecido en la Editorial Revista de Occidente en 1949 bajo la dirección de Marías. En esta obra monumental se trata con idéntico rasero, en pie de igualdad, a los autores que permanecieron en España y a los que optaron por el exilio, dando así por liquidada, diez años después, la guerra.
A esta lucha en defensa de unos claros principios de libertad, representada en esta nómina de trabajos de una valentía que asombra teniendo en cuenta la enemistad oficial y administrativa, habría que sumar una serie de desgracias personales, de sinsabores que a más de uno le habría empujado a tirar la toalla. He tomado esta frase, “el límite de la ausencia”, con la que hacía referencia Marías al estado de ánimo que motivó el regreso de Ortega a España porque, aparte de su enorme carga emocional, es lo suficientemente expresiva, no solo del sentimiento de Ortega, sino del reto, del golpe que tuvo que padecer Marías con las muertes casi simultáneas de su padre y de su hijo Julianín en 1949. Si los nueve años de alejamiento de España los compensó Ortega con una serie de proyectos más o menos exitosos (Instituto de Humanidades, conferencias en Alemania y Estados Unidos…), Julián Marías tendrá que arrastrar para siempre la ausencia del hijo, transformada en una dolorosa presencia nunca del todo mitigada.
“Aquella noche [Julianín] se puso a hablar, apaciblemente: “Soy un niño con más suerte… Tengo un papá y una mamá tan buenos, que me quieren tanto; tengo una cuna tan bonita y muchos juguetes…” Un par de horas después, súbitamente, se moría. No puedo decir nuestro hundimiento, nuestra desesperación. Lo adorábamos; nos parecía un don inmerecido, el hijo que hubiéramos soñado. Al ver su cuerpecillo inerte, la vida nos resultaba insoportable. No quiero recordar aquellos días atroces, únicamente apoyados Lolita y yo, el uno en el otro. ¿Días? Meses, años de insomnio, de tristeza incontenible, de incomprensión del sentido de todo aquello. Nos hablaron de meningococos con una localización suprarrenal, infrecuentísima y que entonces al menos no tenía arreglo. No sé. Tenía tres años y medio, era el 25 de junio. Su hermano Miguel, un niño alegrísimo y lleno de vitalidad, lo buscaba por todas partes. Cuando nació, Julianín lo miró en su moisés y dijo gravemente: “No sabe hablar, no tiene memoria y no tiene dientes” Cuando el pequeño cogía juguetes del mayor, y los rompía, el dueño se reía y decía: “Déjalo que los rompa. Es brutillo, pero es bueno. Yo lo quiero” Ahora, Miguel, gateando, lo buscaba y parecía que nos pedía cuentas: “Tintín, Tintín” Era desolador. No sé cómo pudimos resistirlo sin enloquecer” (Op. Cit., p. 379-380)
 
Programa del curso organizado por Ortega y Marías
Pero la vida tenía que seguir su curso, con el peso de la ausencia sobre los hombros y una carga de trabajo suficiente para intentar rellenar un vacío que nunca se colmatará... Por aquellas fechas, ya estaba en marcha el Instituto de Humanidades, organizado en 1948 por Ortega y Marías sobre otro proyecto, Estudios de Humanidades, que por diversos motivos no llegó a cuajar. El Instituto…, creado en el ámbito de lo privado, de espaldas y sin apoyos de ningún organismo oficial, supuso un auténtico soplo de aire fresco, otro logro más en el apuntalamiento de cierta continuidad. Concebido como un conjunto de cursos, seminarios y coloquios, se celebraba en un piso de la calle Serrano, 50, a excepción del curso de Ortega que, por la masiva afluencia de asistentes se tuvo que dar, el primer año, en el salón del Círculo de la Unión Mercantil, en Gran Vía. Para evitar sospechas, el Instituto de presentaba como una actividad más de Aula Nueva.

Fruto de las tareas del Instituto..., de las conferencias y coloquios, fue la publicación en forma de libro del curso de Marías sobre El método histórico de las generaciones  y de un resumen del de Ortega, redactado por Marías, Una interpretación de la historia universal. En torno a Toynbee.


En un artículo publicado en ABC el 26 de febrero de 1989, Julián Marías hacía memoria de las “Humanidades, hace medio siglo”:
Era una empresa arriesgada, improbable. Sirvió para convocar a un par de decenas de personas eminentes, que colaboraron con entusiasmo en los trabajos del Instituto, con un nivel que nada tenía entonces. Pero, por otra parte, el curso de Ortega, «Sobre una nueva interpretación de la Historia Universal», atrajo un público de unas seiscientas cincuenta personas, una muestra del Madrid de hace medio siglo, que asistía a algo desconocido desde hacía largo tiempo, que había parecido impensable.
El conjunto de las demás actividades del Instituto descubrió la existencia de investigadores y profesores eminentes, de inmenso saber, en su mayoría creadores –en gran parte oscurecidos por la situación política–; era un descubrimiento de la España real, casi soterrada, con frecuencia mal vista, si no perseguida.
El entusiasmo fue considerable; los oyentes no salían de su asombro; el Instituto fue –no se olvide esto– un inmenso suscitador de esperanza”
Una prueba del impacto del Instituto la encontramos en Elena Fortún, que regresó a España desde su exilio argentino movida por esa esperanza de recuperación del mundo intelectual que conocía representado en esos cursos.
Las reacciones no se hicieron esperar. Las reseñas de los cursos publicadas en la prensa no podían exceder las veinte líneas y las críticas adversas a los mismos no admitían réplica. Sin los apoyos que se esperaba en un inicio y con las dificultades que había que vencer día a día, Ortega, quizá más atraído por otros quehaceres, decidió interrumpir los cursos una vez finalizado el de 1949-1950.
“En conjunto, la reacción social de España al Instituto de Humanidades fue ejemplar. Fue un revulsivo extraordinario, la toma de posesión de muchas posibilidades que habían permanecido ignoradas hasta entonces y que fueron súbitamente descubiertas.

Sería posible, y apasionante, perseguir las consecuencias de aquella sobria audacia que cumple medio siglo. La poderosa censura impidió que quedase constancia pública adecuada de sus efectos; pero se puede adivinar al trasluz lo que significó”. (ABC, 26 de febrero de 1989)
 
 
Ver:
La resaca de un sueño (Julián Marías. 1) 21 de Junio de 2017
"Por mí, que no quede" (Julián Marías. 2) 27 de junio de 2017
Encuentro (Julián Marías. 3) 4 de julio de 2017
Reencuentro (Julián Marías. 4) 11 de julio de 2017
 

 

martes, 18 de julio de 2017

Lisboa : O que o turista deve ver = What the tourist should see (Fernando Pessoa. Livros Horizonte, 2013)



Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos (Fernando Pessoa. Libro del desasosiego)

José Ortega y Gasset solía recomendar a sus alumnos la gimnasia del pensamiento, que consistía en pensar, al menos, diez minutos al día, lejos de la escritura y la lectura, y comprobar así cómo se desarrolla la musculatura intelectual. ¿Se podría aplicar igualmente este consejo al recuerdo, al trabajo de rememorar, de traer al presente para desempolvarla la vida pasada? Si aceptamos como válida la importancia de la perspectiva a la hora de interpretar la realidad de ayer y de hoy, esa capacidad que tiene de darle forma, sentido y vigencia, nos encontramos ante un escenario enriquecido en el que podemos hacer pie con relativa seguridad, despejadas todas las dudas y sombras que proyectamos a la hora de recuperar un momento pretérito.

Cuando intento pescar las primeras impresiones que produjeron en mi mente infantil Portugal en general, y Lisboa en particular, me vienen a la cabeza mi tía Pili, con mi tío Celes y mis primos Rudi y Pili, veraneando en una casita baja que alquilaban todos los años en Caparica, un pueblecito próximo a Lisboa. Por aquel entonces (yo aun no había nacido) no debía ser más que un pueblo de pescadores. Pero en mi imaginación, alimentada con las historias que años después me contaban mis padres, y con esos objetos fantásticos procedentes de Portugal (vistosas gafas de sol, bolsos, toallas, accesorios varios… ¡incluso mantequilla “a media sal”!) que traían invariablemente cada vez que iban a Badajoz, o venían mis tíos y primos a Madrid, se iba construyendo un Portugal estupendo, impregnado de un glamour y un bienestar muy alejado del prosaísmo común a una familia numerosa, la mía, que vivía sin estrecheces, pero con lo justo, en un popular barrio madrileño.
Acepto que la realidad portuguesa de los primeros años setenta poco tuviera que ver con la que yo me había forjado. Pero esta, para mi gobierno, me resultaba al menos tan válida como la otra, cuyos detalles, atrapados al vuelo entre noticias y comentarios, muchos de ellos a media voz, como en susurros, se me escapaban por completo. Igualmente, de mis primeras visitas a Portugal, de las que dan fe algunas fotografías conservadas en los álbumes familiares, no conservo un recuerdo tan vivo como esa impronta a la que acabo de hacer referencia, sin contar con una escala que hicimos en el Pantano, volviendo de Portugal, con una varicela galopante que me impedía salir del coche. De ese momento solo recuerdo la fiebre y una mujer de negro, con un bebé en brazos, apoyada en el marco de la puerta de una especie de nave. Pero eso ya es otra historia...

En este mismo blog y en 2012, aprovechando la coyuntura de las sucesivas olas de calor que, como las presentes, atravesábamos, sin un amago de estoicismo por lo que a mí respecta, dejé por escrito un recuerdo lisboeta, quizá el primero realmente constatable:
Hace más de 25 años, y en unas circunstancias muy similares, estábamos mi hermano José Ramón y yo en casa de mis padres, en el Pantano. Mi padre, bastante comedido y paciente por lo general, se veía tan crispado por el calor que tomó una decisión arriesgada y aventurada. Cogimos el coche (yo me acababa de sacar el carné, esto sería sobre el 85-86) y con lo puesto (“Y lo que me quito cuando me acuesto”, como apostillaba mi madre cuando se refería al equipaje más escueto posible) nos marchamos a Lisboa. Recuerdo que cogimos un par de habitaciones en el hotel Ambos Mundos, muy próximo a la Rua da Prata y durante las dos o tres noches que pasamos allí nos lavaban la ropa del día para tenerla lista a la mañana siguiente. También me acuerdo del pánico que me entró, conductor novato tenía que ser, al atravesar el puente de Salazar (perdón, “25 de abril”) y desembocar en una glorieta donde no había una triste señal que regulara el tráfico. “Respeta siempre a la derecha”, me repetía mi hermano. Incapaz de controlar el desbarajuste, le dejé el volante y no volví a cogerlo. Durante esos días que pedimos asilo vital en Lisboa, tomábamos el autobús que nos llevaba a Caparica, la playa más popular de la capital, y pasábamos el día como una familia lisboeta más. Entre la playa y los paseos por la ciudad, a pie o en tranvía, transcurrieron los más agobiantes días de aquella ola de calor un cuarto de siglo atrás”
En nuestra geografía sentimental Lisboa ocupa, pues, un lugar tan destacado (Vivir otra vida, El tiempo no se detiene) que sentía como una falta de consideración, una especie de ofensa hacia la ciudad donde tan buenos momentos he vivido con Carmen y los niños, no haberle dedicado ni una sola línea a un librito que compramos durante la última estancia en casa de Marisa, en 2015. Con la lectura aún reciente de Librerías, de Jorge Carrión, decidimos acercarnos un día a Bertrand, la librería más antigua del mundo que se encuentra ahora en la Rua Garret, en el corazón del Chiado. Por comprar algo, y venciendo a mi proverbial tacañería, aparte de alguna que otra libreta que eligieron los pequeños, opté por un tomito editado por Livros Horizonte en su colección “Cidade de Lisboa”.


 
Se trata de “Lisboa : O que o turista debe ver = What the tourist should see” una “guía turística” bilingüe escrita hacia 1925, o muy poco después, por Fernando Pessoa (1888-1935) y rescatada del conjunto de su obra inédita (el famoso arca o espólio de Pessoa, hoy custodiado en la Biblioteca Nacional portuguesa) con motivo del centenario del nacimiento del autor del Libro del desasosiego pero que, por retrasos burocráticos, no vio la luz hasta 1992.

Teresa Rita Lopes, en el detallado e interesante prólogo a esta guía, nos cuenta cómo fueron repartidos entre los “exploradores” del arca los más de 27.000 inéditos de que constaba, manuscritos en papel de oficio de aquellas empresas comerciales donde prestaba sus servicios el poeta. Entre el material entregado a Maria Amélia Gomes, una de las integrantes del grupo, se encontraban 42 páginas mecanografiadas, algo poco frecuente en el conjunto de sus inéditos, en inglés y portugués, con numerosas correcciones manuscritas, lo que venía a ser una obra cerrada, presta a su publicación.

Del proyecto de esta guía que estamos comentando, que sería solo una parte de una empresa de mayor calado: “All about Portugal”, existen bastantes pistas en el espólio: “guide to travellers in Portugal”, “guide-books, desenvolvidos e resumidos, para touristes”… Lo cierto es que hacia 1917-1918 Fernando Pessoa comienza a sentir la imperiosa necesidad de combatir lo que denomina descategorização europeia o descategorização civilizacional, es decir: elevar a Portugal (y, de paso, a Brasil) a la altura de los tiempos. En este sentido, proyecta un auténtico plan de acción dirigido a “colmatar as lacunas da informacão estrangera a respeito de Portugal”, ya que para el común de los extranjeros, si hacemos excepción de los españoles, “Portugal is a vague small country somewhere in Europe, sometimes supposed to be part of Spain”. El programa comprendía la publicación de libros y estudios orientados a la propaganda y reunidos en el mencionado “All About Portugal”, y la fundación en Londres de una revista, Portugal, en principio mensual. Esta acción exterior contemplaba la creación, en el ámbito intelectual, de un Grémio de Cultura Portuguesa, en el económico, de un “club comercial” portugués y, finalmente, Cosmopolis como institución oficial aglutinadora de tales esfuerzos. Por debajo de todo esto, aparte de la pretensión de armonizar los contrarios en un soñado nacionalismo cosmopolita, late ese aliento profético y mesiánico que, bautizado como Quinto Imperio, dibujará una línea sinuosa entre el sebastianismo y el propio Pessoa, con el supuesto impulso del malogrado y efímero quinto Presidente de la República, Sidónio Pais (1872-1918).


 
Nos encontramos, pues, con una obra de altos vuelos, que trasciende, a pesar de su brevedad -204 páginas de un texto bilingüe-, las intenciones de una simple guía turística, trasladando al lector, a lomos de una prosa bastante aséptica, carente de lirismo, casi administrativa, el orgullo que siente el autor por habitar la ciudad que describe con todo lujo de detalles. La guía comienza con el recurso literario a la figura del turista que desembarca en Alfãndega –¿no nos recuerda, acaso, a otra llegada, la del protagonista de El año de la muerte de Ricardo Reis, de José Saramago?- lo que le da pie a Pessoa a presentar la ciudad y sus servicios al imaginario visitante que se mueve en automóvil por la capital. Atravesamos con él las principales calles y avenidas, nos detenemos en cada monumento, escuchamos la historia de cada hito, conocemos el nombre de los escultores, arquitectos, pintores, diseñadores de cada plaza y rincón, de los jardines: Vítor Bastos, Mateus Vicente, Reinaldo Manuel, Verísimo José da Costa… Pessoa nos llama la atención sobre una fachada, sobre los horarios de visita a los museos, las tarifas de diversos servicios, mientras nos lleva de la mano -entramos agora, voltemos agora… tendo chegado até este ponto, o turista não debe agora deixar de visitar um dos mais belos parques de recreio de Lisboa –o Parque Eduardo VII…- para ver todo aquello que no debemos pasar por alto.
Ver, admirar, comparar... y asumir. Nos habla de las dimensiones de las grandes avenidas (Liberdade), de las fechas de construcción de los principales edificios y monumentos, de la calidad de los comercios, a la altura de cualquiera de similares características en Europa, del ocio y recreo de los lisboetas en zonas al aire libre con su media docena de bibliotecas  municipales, o en locales de  cierto empaque (Maxim's). Asistimos a la materialización de una continuidad histórica en la que no cabe el morbo de la melancolía. Desde la era de las exploraciones (Belem, los Jerónimos...; con anterioridad, la ), pasando por el delirante siglo XVIII pombalino, y todo el siglo XIX, hasta los años 20 de la pasada centuria, desfila ante nuestros ojos un proyecto de civilización cumplido y, en la mente de su autor, con claros visos de futuro.

A la guía le acompañan dos textos breves, igualmente bilingües: Jornais de Lisboa = Lisbon Newspapers –relación de diarios y semanarios publicados en la capital, con indicación “da sua natureza e da localização dos seus escritorios”-; y Uma visita a Sintra, via Queluz = A visit to Cintra, via Queluz: “O nosso automóvil avança agora definitivamente para fora da cidade”, donde nos describirá Benfica, Amadora, Queluz…
Unas mínimas fotografías de época, demasiado pequeñas para ser apreciadas en su justo valor, acompañan los textos, sirviendo de ilustración al relato.
Tenemos entre las manos un libro fundamental, de recomendada lectura antes, durante y después de una visita a la capital del Tajo y que nos puede enseñar a ver las cosas, a vernos en ellas e intentar admirarlas y aceptarnos tal como somos.












 
 


 

martes, 11 de julio de 2017

Reencuentro


“A Ortega le sorprendió que me hubiese detenido tanto, y hubiera entendido, su tesis:  “La reabsorción de la circunstancia es el destino concreto del hombre”, y que me hubiera percatado de lo que es razón vital. Nuestra vinculación personal y filosófica quedó sellada para siempre” (Julián Marías Una vida presente, 1, 1988, p. 351)


En el prólogo a la cuarta edición de España invertebrada, Ortega y Gasset recogía una cita de Tácito: “quince años son una etapa decisiva del tiempo humano”, haciendo referencia al período transcurrido entre la primera edición de la obra (1920) y la que introducía con estas palabras en 1934, año bisagra en la historia de la joven II República. Esta idea, como eje del método de las generaciones históricas, tendrá su desarrollo en el volumen En torno a Galileo, y en 1949 será completada, matizada y sistematizada por el propio Julián Marías en la obra casi, casi homónima El método histórico de las generaciones.

Curioso: 1920-1934-1949…Si jugamos con esa cifra, quince, aplicándola a nuestra propia vida, y nos dejamos llevar por los encantos de la numerología, podemos llegar a conclusiones tan sorprendentes como ciertas, basadas todas ellas en el concepto de vida como argumento, trama o tragedia que se va escribiendo día a día, minuto a minuto, en tanto en cuanto tenemos capacidad de elegir una trayectoria o la contraria, en virtud de las circunstancias que tenemos a mano, y estas mismas trayectorias, proyectos u objetivos se cruzan y entrelazan con los del prójimo planteando nuevas empresas que podrán arribar o no a buen puerto, proponiendo a su vez diferentes escenarios de forma indefinida.

La de Julián Marías, como vida que fue, no se sustrae a esta gozosa interpretación. Sin profundizar demasiado, podemos trazar al menos tres segmentos vitales que responden, solapándose a menudo, a la afirmación del historiador romano:
1.      1933-1948. Con las fechas extremas en el Crucero efectuado con sus compañeros de facultad visitando todos aquellos lugares de las riberas del Mediterráneo donde nace la cultura occidental, y la creación con Ortega del efímero Instituto de Humanidades que pretendía re-iniciar, fuera de la órbita oficial, el tono académico interrumpido por la guerra y la primera postguerra. Del conocimiento del “mundo exterior”, con el consiguiente afianzamiento de aspiraciones y vocación, a la opción por la permanencia en España, consolidando una trayectoria liberal, de rescate de los valores de civilización y convivencia.


2.      1936-1951. La guerra, cómo no, deja su impronta y su enseñanza, la forma de ver las cosas se modifica, se aprecia la ruptura, el hiato entre lo real y lo oficial, la verdad y la mentira. Momento inaugural que acelera el conocimiento del entorno, el mero discernimiento, el comportamiento humano, la traición y el desengaño. Consolida su vocación de escritor (Blanco y Negro, ABC, Hora de España…). Convive con la Dictadura sin interiorizar su argumentario, sin adherirse a su discurso. Asume los reveses, encaja los golpes, supera las frustraciones… En 1951, “escritor español, profesor americano”, como le gustaba definirse, es contratado para impartir diversos cursos e inicia sus colaboraciones en la prensa española


3.      1931-1946. La instalación de la República coincide con el ingreso de nuestro autor en la Universidad. Inicio de una vida nueva, amistad con Dolores Franco, albores de su faceta intelectual, contacto con Ortega y otros maestros, estallido de la Guerra Civil, apoyo a Julián Besteiro en la tarea de liquidación de la misma, meses de prisión en 1939, ruptura del ambiente cultural en el que se había formado, imposibilidad de acceso a la docencia universitaria, veto a sus colaboraciones en prensa, sistemático ninguneo hacia su persona (silencio en torno a la concesión del Premio Extraordinario de Licenciatura, suspenso contra todo pronóstico de su tesis doctoral), boda con Dolores Franco y nacimiento de su primer hijo, publicación de sus primeras monografías de tema exclusivamente filosófico (Historia de la filosofía, La filosofía del P. Gratry…) En 1946 verá la luz Filosofía española actual en la que se pueden leer las biografías de sus maestros más admirados (y odiados por el Régimen): Unamuno y Ortega, además de las de García Morente y Zubiri. Filosofía española… constituye un hito, ejemplo de lo que se puede hacer apurando y ampliando el escaso margen de libertad concedida por el sistema vigente.


Edición de De vita beata

Son como tres dramas, con su planteamiento, nudo y desenlace, historias cerradas que dan paso a nuevos argumentos. Hoy me quiero referir solo a uno de ellos, concretamente a un fragmento de uno de esos periodos, el que se extiende entre 1939 y 1944.


Entre el 15 de mayo y el 7 de agosto de 1939 Julián Marías sufre prisión como consecuencia de una denuncia tramada por un antiguo amigo y compañero del Instituto. Su nombre permanecerá oculto hasta que, no hace mucho, lo sacó a la luz su hijo, Javier Marías. En pleno procedimiento, uno de los testigos de cargo le confesó a Dolores Franco: “Si Marías no vuelve a acordarse de que tiene una carrera, podrá vivir; en otro caso, lo hundiremos; porque gentes como Ortega, en España sobramos” (Julián Marías Una vida presente 1, 1988, p. 276) ¿Cómo se podía superar semejante situación? Había terminado la carrera con cierto prestigio, colaborado en la prensa, realizado varias traducciones. Le esperaba el doctorado y trabajar al lado de sus maestros. Pero ya nada podía ser igual. Con Ortega, Zubiri y Gaos en el exilio, García Morente preparando su ordenación sacerdotal, Besteiro encarcelado y la reciente experiencia que le colocaba bajo sospecha, el mundo conocido parecía desmoronarse.



De izquierda a derecha: Zubiri, Ortega y García Morente


“Al lado de esto persistía mi vocación intelectual, nunca extinguida; el repertorio de mis estudios y lecturas; una resistencia a abatirme y darme por vencido, que nunca me ha abandonado; una fe religiosa, ciertamente puesta a prueba por unos y por otros, pero que era capaz de distinguir de todas las adulteraciones. Y un puñado de amigos leales, sobre todo –como siempre- amigas. Y Lolita. De ella dependía todo; vivía desde hacía mucho tiempo vuelto hacia ella, dándole todo lo que podía, recibiendo su maravillosa personalidad, su inagotable ternura, su inteligencia clara, su valor. Por ella valía la pena seguir viviendo y no ser un despojo, sino algo que se le pudiera ofrecer” (Julián Marías Una vida presente 1, 1988, p. 280)


Edición introducida y anotada por Julián Marías


Una vez puesto en libertad, con un “sobreseimiento provisional”, se convocan en septiembre de 1939 las pruebas para obtener el premio extraordinario de licenciatura, al que optaban los alumnos que habían terminado sus estudios con la calificación de sobresaliente. Con el objeto de poder costearse el título y de continuar con una carrera y vocación a las que no quería renunciar, se presenta y lo obtiene, con la cerrada oposición de miembros del SEU que lo único que consiguieron fue que su nombre no apareciera en las listas de los premiados que se leen en la inauguración oficial del curso, el 1º de octubre.


Espasa-Calpe publicará una selección de esta obra
“Desde entonces, y durante muchos años, cada vez que hacía algo que rozara lo público, se lanzaban sobre mí con una saña que en el fondo me sorprende, dándome una importancia que sinceramente no creía tener” (Julián Marías Una vida presente 1, 1988, p. 286)

Haciendo de la necesidad virtud, este alejamiento de lo público y oficial, marcará casi todo su hacer intelectual. Volcado en el anonimato, en el ámbito más estrictamente privado y rozando la invisibilidad, se dedica a la traducción mal pagada de obras de pensamiento para la Editorial Revista de Occidente (Max Scheler) y la Colección Austral (Paul Marcoy), y a dar clases de “Cultura” en una Academia que preparaba a los aspirantes a la Escuela de Caminos. Pero todo esto chocaba con su auténtica vocación tripartita: la universitaria, la filosófica y la de escritor. Vetadas como estaban sus colaboraciones en la prensa, por no hablar de la enseñanza universitaria, la única salida posible era escribir libros de filosofía. Aquí, la dificultad estribaba en que, para ser aceptados por un editor (sus posibilidades se reducían a Espasa-Calpe y la Revista de Occidente) debían tener una alta calidad y venderse bien.

Con Unamuno, en Santander


“Tanto como filósofo, tenía que ser escritor. Luego vi con claridad que para ser de verdad buen filósofo es menester ser buen escritor, pero esta condición se me impuso imperativamente para poder subsistir” (Julián Marías Una vida presente 1, 1988, p. 293)
 


Tesis doctoral suspendida. Imagen de la obra antes de ser censurada con la retirada de la cubierta original


El primer fruto de este esfuerzo es su Historia de la Filosofía, un grueso volumen de 413 páginas dedicado a Lolita y que vio la luz en enero de 1941 en la editorial de la Revista de Occidente. La historia de su gestación es muy curiosa y refleja el papel de Dolores Franco en la vida de Julián Marías. Abatido, desanimado por las circunstancias que le rodeaban, Lolita le propuso poner en orden y publicar las lecciones de historia de la filosofía que durante el curso de 1933 impartió a algunas compañeras de la Facultad que tenían que superar el examen intermedio. La tarea parecía insuperable, pero Lolita, como alumna en ese momento, conservaba un puñado de cuadernos con las notas tomadas en las clases que se celebraban en la Residencia de Señoritas “los domingos, un par de horas por la mañana; y algunos días más. La historia entera de la filosofía, desde los presocráticos hasta el siglo XX; los problemas del conocimiento, la creación, la razón, la sustancia, Dios, qué sé yo. Lo más interesante es que las chicas, que eran encantadoras e inteligentes, no me tenían ningún respeto, porque yo era un estudiante como ellas; no cabía usar el argumento de autoridad; exigían entender por qué eran las cosas así, por qué tal filósofo pensaba una teoría, y por qué al siguiente le parecía inadmisible. Es decir, para que lo entendieran todo, tenía que entenderlo primero yo. No es para dicho el esfuerzo que tenía que hacer; pero, en primer lugar, lo pasábamos muy bien: era una delicia ver a aquellas muchachas curiosas, con cabezas claras, un poco irónicas, tratando de penetrar en la filosofía; pero además tuve que esforzarme en poner en claro, en sus líneas generales, toda la filosofía occidental; nadie, ni siquiera mis maestros, me había enseñado tanto como aquellas chicas” (Julián Marías Una vida presente 1, 1988, p. 140-141)
 
Escrito a lo largo de 1940 en un frío piso de la C/ Encarnación

Sobre la base de dichos cuadernos, con una información evidentemente ampliada gracias la rica biblioteca personal que Marías iba engrosando día a día, después de un año de intenso trabajo y una “desusada dosis de pensamiento”, Historia de la Filosofía será el primer libro nuevo de un autor novel en la España de los cuarenta. La originalidad de todo esto estriba en que se trataba de una obra de pensamiento, escrita por un joven de 26 años, con un contenido actualizado (durante el proceso de corrección de pruebas fallece H. Bergson, noticia que será recogida en la obra), prologada por Zubiri (sibilinamente apartado de su cátedra madrileña) y que finalizaba con un párrafo que se podría considerar explosivo: “La historia de la filosofía se cierra en el presente, pero el presente, cargado de todo el pasado, lleva dentro de sí el futuro y su misión consiste en ponerlo en marcha. Tal vez en el tiempo venidero no sea ya ajena a ese movimiento España, que en Ortega ha hecho suya la filosofía”
En 1943 aparece Miguel de Unamuno. "Para entender a Unamuno, había puesto en juego lo que procedía del pensamiento de Ortega; pensé que este libro significaba... una especie de "reconciliación" real de los dos grandes maestros" 

La escritura, las clases privadas a grupos reducidos (Aula Nueva de Preparación Universitaria), la participación en modestas empresas editoriales (“Colección Ciencias del Espíritu” de la Editorial Pegaso), las traducciones, el cultivo de las nuevas amistades que van ampliando su círculo (Lilí Álvarez, José Luis Pinillos, Juan Lladó, Laín Entralgo, Enrique Lafuente, Fernando Chueca, Dámaso Alonso, Azorín, Menéndez Pidal…), la vida nueva junto a Lolita Franco, ocupan estos primeros años de postguerra. Si en octubre de 1939 la administración silencia su obtención del Premio Extraordinario de Licenciatura, en enero de 1942 hará algo parecido con su Doctorado. Antes de presentar la tesis sobre P. Gratry, Laín le propuso editarla en la colección “Escorial” de la Editora Nacional. Cuando, de forma extraordinaria, fue suspendida la tesis (en la papeleta solo podía figurar Aprobado  o Sobresaliente, aunque podía ser devuelta al aspirante), La Filosofía del P. Gratry ya se había publicado; lo único que pudo hacer la censura (aparte de darle un buen susto a Pedro Laín Entralgo) fue retirar las cubiertas de la edición para que no figurara mención alguna a la Editora Nacional ni a la colección “Escorial”.
Guillermo Lissarrague

En 1943, después de un desencuentro con la editorial Pegaso, publica en Espasa-Calpe su Miguel de Unamuno y El tema del hombre. Por su parte, Dolores Franco saca a la luz La preocupación de España en su literatura en Ediciones Adán, proyecto editorial nacido entre los alumnos de Aula Nueva y al que Marías prestó su apoyo intelectual, a comienzos del año siguiente. De estos primeros años datan las ediciones anotadas de Leibniz (Discurso de la metafísica) y de Séneca (Sobre la felicidad) Pronto le seguirá la recopilación de ensayos San Anselmo y el insensato. Con todo y con eso, la pareja Marías-Franco llegaba a fin de mes con no pocas dificultades.


1944. Recopilación de textos anteriores

Y un buen día, en la primavera de 1944, en este ambiente de angostura y precariedad recibe, por mediación de Salvador Lissarrage, una invitación de Eugenio Montes, a la sazón director del Instituto Español de Lisboa. Intelectual falangista, propone a Julián Marías dictar una conferencia en la capital portuguesa y aprovechar la ocasión para reencontrarse con Ortega, que había dejado Buenos Aires en 1942 “lleno de desilusión y melancolía”. Las pocas páginas en las que hace referencia Marías a este viaje son tan expresivas, tan emotivas, que no me resisto a traer aquí alguno de sus párrafos. Ortega, al que no veían desde el verano de 1936, recibe al joven matrimonio en la estación de Rossio. Instalados en un hotel de la Avenida da Liberdade, la primera impresión que les causa la ciudad del Tajo es impactante: “Vista desde Madrid, la capital portuguesa parecía una maravilla de prosperidad y refinamiento. Las tiendas estaban llenas de productos, muchos extranjeros; había muchos más coches, y mucho mejores. El ambiente era pacífico, con holgura y bienestar. Se trataba de una dictadura, ciertamente, pero la de Salazar no se parecía a la española: no procedía de una guerra, no había vencedores y vencidos, ni las terribles cicatrices […] No había represión, porque no había resistencia. Ambas cosas vinieron después, pero no existían en 1944. Cuando le preguntaron a Ortega qué le parecía Salazar, contestó: “Bien, muy bien; no se puede gobernar mejor a ocho millones de difuntos”” (Julián Marías Una vida presente 1, 1988, p. 349-350)

Lisboa. Avenida Cinco Outubro 10.
Residencia de Ortega hasta 1945
(Fotografía: Marisa García Arévalo)
Fue una intensa semana de contacto con el maestro, con el amigo, juntos día y noche, paseando por los parques y las calles lisboetas, o en casa de los amigos del exiliado. “Teníamos hambre de palabras, de filosofía, de España, del mundo, de nuestras vidas. Nuestra amistad, tan viva, había ido madurando y creciendo en la distancia, en el silencio...” (Julián Marías Una vida presente 1, 1988, p. 351)
Eugenio Montes
La conferencia proyectada por Eugenio Montes, finalmente no se pudo dar en el Instituto Español. Se optó por un gran salón de la Sociedad de Geografía. Y allí habló Marías sobre Unamuno. “Ortega había leído mis escritos, salvo el libro sobre Unamuno, que nunca quiso leer. “Yo no puedo leer un libro suyo sobre Unamuno –me dijo-; para usted es un tema; no se da cuenta de que me he pasado la vida luchando con él; me afectaría demasiado””

Sociedade de Geografía de Lisboa
“Ortega había llegado al límite de la ausencia; necesitaba volver a ver España, a vivir entre españoles. A total distancia del Estado, del régimen, quería experimentar de nuevo la sociedad española, conocer a los jóvenes, que al cabo de nueve años de exilio le eran desconocidos. Contaba con reacciones hostiles, que ciertamente no faltaron; pero sabía que eran muchos los que lo aguardaban con esperanza; y, sobre todo, que España lo necesitaba. Aquel otoño, conservando su residencia legal en Lisboa, llegó por fin a Madrid” (Julián Marías Una vida presente 1, 1988, p. 353)


Lisboa. Jardim das Amoreiras



Ver:
La resaca de un sueño. (Julián Marías. 1) 21 de junio de 2017
"¡Por mí, que no quede!". (Julián Marías. 2) 27 de junio de 2017
Encuentro. (Julián Marías. 3) 4 de julio de 2017
El límite de la ausencia. Continuidad y despedida. 1 (Julián Marías. 5) 25 de julio de 2017