jueves, 9 de julio de 2015

Vivir otra vida (Verano 2014. Tercera parte)


Un rincón del Palacio de Pombal (Oeiras)


Itziar (Oeiras)
El sol, derramándose en la mullida alfombra del salón, inundaba con su luz bañada en un azul brillante nuestras mañanas. A través de la ventana, veíamos algún que otro autobús descendiendo silencioso la pronunciada pendiente de Alfonso III que desemboca en la breve Rua Nelson de Barros que, al bordear en su flanco norte el convento da Madre de Deus, recibe su nombre para adentrarse en Xábregas, acariciado por el Tajo pocos kilómetros antes de morir en el mar. Esas mañanas cristalinas y azules de Lisboa, mientras apañábamos el piso de Marisa antes de echarnos a la calle, la televisión local emitía un programa de música en el que una pieza fundamental y repetida hasta la saciedad era Chandelier, de la australiana Sia, que empezó a arrasar en España ya terminadas las vacaciones de verano. Los pequeños se alborotaban con el clip de la niña, (“!!Mamá, papá, el video de la niña que baila¡¡”) e intentaban imitar, con mayor voluntad que éxito, sus contorsiones y piruetas, o esa voz que cambiaba de registro pasando de la borrachera al lamento y al grito desgarrado.


Cacilhas


No sé por qué, pero la imagen de esa niña tocada con una peluca platino y embutidas sus escurridas carnes infantiles en unas mallas de bailarina, ejecutando una serie de movimientos y poses muy lejos de los propios de la niñez, me ha acompañado durante estos últimos once meses. Esos giros dislocados, así como la voz de Sia a ratos distorsionada y forzada por exigencias del guión, han ocupado un lugar desproporcionado, han adquirido un peso y una dimensión que no les pertenece por derecho a la hora de hacer recuento y pescar en el río de los recuerdos a recuperar del pasado mes de agosto.

La mítica Livraria Bertrand (Lisboa)

En  memoria a los portugueses caídos
durante la Grande Guerra.
Casi un año después de todo aquello, con este calor espeso que se ha apoderado de Madrid, más enrarecido aún con los rabiosos cantos de las cigarras de todo tipo, pelaje y condición que atronan día y noche sin cuartel, se echa de menos el silencio de Lisboa y a uno le gustaría descender de nuevo por la Avenida de Alfonso III, dejar a la derecha el desmonte que linda con los restos del fuerte de Santa Apolonia, donde pastan entre las basuras decenas de palomas alborotadas, enfilar la Calçada da Cruz da Pedra, que enseguida cambia su nombre por los de Rua de Santa Apolónia, Bica do Sapato y Caminhos de Ferro hasta desembocar en la plaza donde se enfrentan las impresionantes fachadas de la estación de ferrocarril bautizada con el nombre de la santa y la del Museo del Ejército, coronado con un gigantesco grupo escultórico. A estas alturas el paseante podría continuar por la Avenida del Infante Don Henrique, con su incesante tráfico rodado y sus interminables obras, u optar por Jardim do Tabaco. Lo mismo da. Con el Tajo casi convertido en mar a nuestra izquierda, y las mareas de turistas que todo lo invaden, el caminante menos avisado ya percibe la proximidad del centro de la ciudad. Jardim do Tabaco enlaza con la Rúa do Terreiro do Trigo, donde los monarcas ilustrados acumulaban el grano para distribuirlo entre los lisboetas en momentos de escasez, que no debían de ser pocos a tenor del señorío y majestad del edificio levantado al efecto. Sin abandonar el camino, ahora Cais de Santarem, poco después Alfandega, llegamos, a los veinte minutos de salir del piso, a la Praça do Comércio, que atravesamos para disfrutar de ese paseo marítimo sobre la Ribera das Naus salpicado de terrazas que compiten en chilloutismo.
Playa de Comporta
Sara (Oeiras)

Este trayecto, una y mil veces repetido durante los últimos años, es el único que los pequeños son capaces de afrontar sin manifestar la más mínima protesta. Ahí empiezan las negociaciones. La perspectiva de un día de caminata subiendo y bajando sin orden ni concierto por las empinadas calles de la ciudad, no les seduce ni poco ni mucho, por lo que solo nos queda el recurso de la playa. Fue posible visitar la Librería Bertrand, el Museo del Ejército, el de la Moneda o el ascenso inexcusable (¡ya nos vale!) al Cristo de Almada, intercalando entre unos y otros unas horitas en la Praia de Santo Amaro (Oeiras) o en la de Comporta (Setúbal). Esas horitas, convertidas en jornadas completas desde el momento en que tienes que echar mano del coche, nos depararon, no obstante, varias sorpresas.

Cala junto a la playa de Santo Amaro (Oeiras)



La playa de Santo Amaro, en Oeiras, de aguas esmeralda, es relativamente pequeña, y uno se siente trasladado, sin pensarlo, a algún lugar del Caribe, como Cuba o Santo Domingo, al estar ocupada en su mayoría por familias angoleñas, mozambiqueñas o guineanas. En este pueblecito cercano a Lisboa, se encuentra el Palacio del Marqués de Pombal con sus jardines neoclásicos, verdadero remanso de paz...

Palacio del Marqués de Pombal (Oeiras)
Por su parte, la playa de Comporta, muy conocida por los extremeños por ser de las más próximas a Badajoz, es otra cosa. Su difícil acceso, o el hecho de encontrarse rodeada por un paraje natural protegido, hace que sea frecuentada por el famoseo televisivo portugués. Más grande y abierta que la de Santo Amaro, comparten las dos una tonalidad en la coloración de sus aguas realmente de impresión.
Alejandro
Vivir otra vida… Así como la niña interpretaba un papel que no le correspondía al traducir a movimientos extravagantes la canción de Sia, yo al menos me sentía obligado, por un lado, a sumergirme en la vida de Nicolás Monardes para cumplir con el compromiso firmado con la Fundación Ignacio Larramendi para redactar la biografía del médico sevillano. Todo en Lisboa te traslada a otra época y el autor de la Historia medicinal se refería en muchas ocasiones a aquellos productos que, procedentes de Brasil, de la India o de China, arribaban al puerto lisboeta del Terreiro do Paço. Por otra parte, disfrutaba imaginando la vida en aquellos edificios levantados después del terremoto de 1755. Meses después, durante nuestra habitual visita navideña a Elvas, tuvimos la ocasión de conocer el interior de una vivienda dieciochesca, típica propiedad de un comerciante, con sus techos pintados, así como los zócalos y una pequeña capilla comunicada con el dormitorio de la dueña.

Baena


Vivir otra vida… A los pocos días de abandonar Lisboa, y con una interesante bajada de la temperatura, aterrizamos en Baena, donde pudimos saludar personalmente a los primos Pepe Cortés y Luis Salas, que ejercieron a la perfección su papel de cicerone, además de recibirnos y agasajarnos como si nos conocieran de toda la vida. Alojados en la céntrica Casa Grande (una vez más, gracias a Marisa), y de la mano de Pepe y de Luis, Carmen les puso cara a todas las historias, anécdotas, escenarios y dramas que había escuchado desde niña de labios de su madre, pisando los lugares donde se desarrollaron, entre otros,  los sangrientos episodios del verano de 1936: la Plaza y el Convento de San Francisco. Esas imágenes familiares, tan a menudo desdibujadas, de perfiles difuminados por lo inconexo de los datos con los que estaban formadas, iban adquiriendo cuerpo y sentido a medida que se contrastaba la dispersa información con que contaban unos y otros. Pero también planteaba nuevas interrogantes, lo que obligaba a adentrarse más y más en las interioridades de sus protagonistas: los abuelos y sus hermanos y primos, para recrear con la mayor fidelidad posible sus vidas. A finales de mes, regresando al Zújar desde Matalascañas, hicimos un alto en Umbrete (Sevilla), en casa de Lina Trujillo. La lectura de su novela “Los latidos del tambor”, un feliz descubrimiento, nos había acompañado durante todo el mes, excitando aún más la curiosidad de Carmen al ver en ella confirmadas muchas historias de familia. La conversación con Lina y con Juan se alargó durante horas gracias al frescor de la noche en su jardín hasta que, ya avanzada la madrugada, enfilamos al Pantano afrontando el final de nuestras vacaciones.

Inmensos olivares alrededor de Baena


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