viernes, 26 de julio de 2013

Como un sol de invierno al mediodía. Acebedo (León), 20 y 21 de julio de 2013



Embalse de Riaño, también conocido como Fiordos Leoneses
La luna, colgada de un firmamento azul y limpio, se reflejaba espléndida en la superficie esmeralda y cristalina. A medida que descendíamos por las curvas de la CL635, como si de una epifanía se tratara, nos mostraba el embalse tramos cada vez más grandes de su lecho, hasta llegar al espectáculo de Riaño iluminado. Como un paseo marítimo interior, dejaba adivinar la simetría y el ritmo arquitectónico del urbanismo al que servía de pantalla. Y por encima de todo aquello, la silueta alpina y encrestada de los Picos de Europa que, en el apogeo del plenilunio, adquiría matices fantasmagóricos, con la textura del sueño.


Alojamaiento rural "Sol del Mediodía". Un auténtico descubrimiento
Acebedo (León) C/Caldevilla, 2
Pocas horas antes, paramos a cenar algo en una estación de servicio ya pasado Venta de Baños. A nuestras espaldas quedaba el llano castellano y sus campos amarillos recién segados. Sara cenó de lujo y Carmen apuntó las señas del lugar para volver en nuestro próximo viaje a Potes.
-. Deberíamos llevar un cuaderno y anotar todas estas cosas..
Nos acordamos de nuestro amigo Pepe, libreta en mano. Al principio escribía medio a escondidas, apoyando el papel en la pierna, por debajo de la mesa: la marca del vino, el nombre del restaurante donde estábamos comiendo o del pueblo que se veía en el horizonte. A medida que ganaba confianza, ponía la agenda sobre el mantel e incluso se la prestaba a Sara para que garabateara…
Dejamos atrás el pueblo que da su nombre al embalse y, atravesando Burón y Lario, llegamos a Acebedo poco después de medianoche. Aparcamos el coche en la calle Caldevilla, 2 y enseguida salió a recibirnos Ester, la dueña de la casa rural “Sol del Mediodía”, donde habíamos alquilado una habitación. La temperatura exterior, que apenas llegaba a 14 grados, la paz que todo lo inundaba con el contorno grisazulado del Mampodre de fondo y la afabilidad de Ester que, después de las presentaciones, se dirigía a nosotros como si nos conociera de toda la vida, presagiaban un buen fin de semana, disipando las dudas que nos acompañaron durante el viaje.


Alturas del Mampodre con sus neveros
El motivo de nuestra estancia en el pueblín leonés era pasar el día con Alejandro, que llevaba acampado en los alrededores, con el resto del grupo scout Planeta, desde el martes 16 de julio. Al igual que sucediera el año anterior en Llames de Parres, los familiares de algunos niños, que se han construido un nicho en el mismo (“Rama de Padres”), habían organizado una “jornada partida” de padres consistente en una velada nocturna el sábado y un maratón de juegos la mañana del domingo, con la traca final del cocido al que nos invitaban los monitores. La idea no nos seducía ni poco ni mucho, no acabábamos de vernos jugando al pañuelo o a guerras de agua. Pero si queríamos estar con Alejandro (Itziar todavía estaba haciendo el camino de Santiago, entre San Sebastián y Bilbao, y no se incorporaba al grupo hasta el martes 23), no teníamos más remedio que transigir y pasar por el aro…
Los senderos que se bifurcan, como en el cuento de Borges
A las diez de la mañana del sábado, durante el típico desayuno a base de pan tostado, bizcocho, zumo y café, coincidimos en el salón-comedor con tres o cuatro parejas, perfectamente pertrechadas, que hablaban de hacer un tramo del Cares.
Preguntamos a Ester cómo se llegaba a la campa:
- ¿A cuál de las dos…?
No sabíamos que había otro grupo en las proximidades. Por lo visto, estaban en unos prados, a dos o tres kilómetros del pueblo. Como no teníamos nada mejor que hacer, echamos a andar y, antes de salir de Acebedo, nos cruzamos con dos coches conducidos por gente conocida:
- Si seguís el camino – nos indicaron- veréis unos coches aparcados. Allí está el otro grupo. Más adelante, hay un coche gris debajo de un poste. Arriba están los nuestros. ¿Vais a acampar?
- No, estamos aquí, en el pueblo
- !Ah, bueno...¡ Los que traen tiendas, han quedado a las cinco para plantarlas cerca del campamento… Nosotros llegamos anoche
-. ¿…?
Seguimos subiendo, sin toparnos con ningún coche aparcado
Acebedo es un pueblo pequeño, con una treintena de casas de piedra, rodeadas de impecables jardincillos y huertos, dos bares y una panadería. Los vecinos parecen competir en el cuidado y apariencia de sus hogares, pues abundan las flores adornando balcones y fachadas. En la plaza, una fuente que mana agua helada, la iglesia parroquial consagrada a Nuestra Señora de la Puente, con cierto regusto minero y, a pocos metros, el ayuntamiento, levantado en los años veinte.


Arroyo Erendia. Campa Planeta
Saliendo del pueblo, el camino se bifurca y, tal vez por pereza, tomamos el que bajaba (!y luego, subía, claro¡). En dos kilómetros, unos coches estacionados a la derecha del sendero, anunciaban la cercanía del primero de los campamentos. Nos asomamos al terraplén y, al fondo, a orillas del río de la Vega, se veían unas cuantas tiendas, y dos o tres piscinas hinchables para los más pequeños. Proseguimos con la marcha y, al final de una cuesta, bajo un poste de la luz, aguardaba el coche gris. Al fondo y a la izquierda, los picos pelados de Cuesta Rasa, Valjarto y Mediodía, con alturas entre 1900 y 2200 metros conservaban aún, a estas alturas de julio, algún que otro nevero, cuya visión ya nos había sorprendido desde la ventana de la habitación. Dejamos atrás el coche, nos quitamos las cazadoras (hasta entonces, no sobraban) y Carmen se adelantó con la cámara. Sara y yo, rezagados, nos entreteníamos viendo el paisaje, las vacas que pastaban a ambos lados del camino, las cigüeñas que surcaban el cielo con su parloteo inconfundible… Al llegar a un arroyo, que se precipitaba desde los picos, nos detuvimos, incapaces de vadearlo sin mojarnos los pies. Al poco, apareció Carmen, que no había dudado en empaparse.
-.  Por aquí no hay nada. Tendremos que enterarnos mejor, si no queremos perdernos esta noche.


Nunca viene mal un achuchón en medio del camino
Regresamos sobre nuestros pasos. Al alcanzar de nuevo el coche testigo, nos pararon tres automóviles que manejaban sendos padres del otro campamento. Durante la charla, dedujimos que los Planeta habían acampado siguiendo un camino de cabras muy empinado que nacía justo donde el coche gris de marras. Y allá fuimos, subiendo y bajando cuestas hasta alcanzar un otero desde el cual, esta vez sí, se veía el campamento. Es más: a una distancia por encima de trescientos metros, Carmen llegó a distinguir a Alejandro. Confieso que yo no fui capaz.
-. Sabes que no podemos pasarnos hasta la noche…
-. Bueno, ahora nos vamos a comer a Riaño, compramos una empanada, y la traemos a las cinco



Enormes y verdes prados
En uno de los mil juegos que tenían preparados...
Bajamos al pueblo, cogimos el coche y llegamos a Riaño en media hora. Aparcamos en la Avenida de Valdayo y encargamos una empanada, que estaría lista sobre las tres. Mientras tanto, tomamos algo en una terraza sobre el embalse, en la Plaza de Cimadevilla, junto a la iglesia parroquial y el museo etnográfico. Al marco no se le podía pedir más y nos extrañaba que no estuviera impracticable. Todo era nuevo y limpio, como de exposición…; y todo estaba vacío. Alguna pareja de extranjeros se desperdigaba por las mesas, plano en mano y macuto al hombro. Al embalse le venía que ni pintado el apodo que recibía: Fiordos Leoneses.

Y otra vez las flores por doquier y, en el hotel La Presa, apoyadas sobre una pared, rodeadas de rosales y buganvillas, cuatro o cinco bicicletas pintadas de negro, sostenían macetas de prímulas, margaritas, tagetes, pensamientos y gitanillas. Recogimos la empanada, comimos unos garbanzos con setas, calamares y gambones y sobre las cinco regresamos a Acebedo, subiendo con el coche hasta el dichoso poste de la luz.


Desde el otero



Bajando al campamento


Alejandro y Sara, la "precastora"
Madrigueras de los castores
Algunos padres se habían atrevido a acercarse conduciendo hasta el otero, junto a La Matona, desde el que divisaba el campamento. Por la mañana solo estaba el Qashcai alquilado por el grupo, con el que iban a hacer la compra al pueblo y a Riaño. Bajamos la cuesta, cruzamos el arroyo Erendia sobre unos tablones que bailaban y no sé cómo aguantaban con nuestro peso, y nos dejamos caer, como quien no quiere la cosa, y con la excusa de la empanada, en La Frecha, donde habían instalado el campamento. Vimos a Alejandro y le prometimos que volveríamos por la noche.

Para hacer tiempo, bajamos andando al pueblo por tercera vez y con gran disgusto de Sara, que no entendía cómo no hacíamos el trayecto en coche. De tanto andar (calculo que hicimos unos 15 kilómetros aquel día) y con el tiempo que disfrutábamos, nos habíamos abrasado. Tomamos algo en uno de los bares de Acebedo y charlamos un poco con Ester en su jardín. A su casa, “Sol del Mediodía”, no le faltaba ningún detalle, todos ellos escogidos con gusto. Cuajada de manualidades y cacharros recuperados, plantas aromáticas que despedían ese aroma inconfundible, como de balneario, y que aumentaban la sensación de confort y recogimiento, tanto que nos propusimos volver con Alex e Itziar más adelante, en otoño. Las parejas con las que coincidimos esa mañana en el salón, ya estaban de vuelta: eran los padres de algunos críos del otro campamento que pertenecían a un grupo scout que se reunía, antes de que lo cerraran indefinidamente, en el Centro Cultural Fernando de los Ríos. ¡Ya es casualidad!
Lateral del hotel La Presa (Riaño)

El hotel La Presa, desde la plaza de Cimadevilla
Subimos (cuarta vez) sobre las nueve, comimos unos bocadillos en el otero acompañados por tres terneros y su madre que nos observaban con desconfianza, a cierta distancia. A la hora fijada bajamos de nuevo al campa. Los padres implicados plantaron sus reales en un pequeño claro, prudentemente alejados de las instalaciones. Perfectos campistas, se habían llevado todos los archiperres necesarios para hacer más llevadera su estancia montuna.



La plaza de Cimadevilla (Riaño). !Triste y sola...¡
En La Frecha abundaban los robles y las hayas, helechos y abedules, cerezos y manzanos silvestres. A esas horas, se mezclaba el aroma dulzón de la hierba húmeda al de la boñiga, y con el sonido cristalino del Erendia saltando las rocas, nos vimos sumergidos en un ambiente de lo más bucólico y pastoril, tan relajante y entrañable como un sol de invierno al mediodía. Junto a la cocina, un avellano de mil varas cobijaba con su sombra a quien así lo quisiera.
A esta distancia Carmen fue capaz de identificar a Alejandro...
Carmen participó en la gincana prevista, a la que asistieron los monitores como simples comparsas, como si nada tuvieran que ver con el asunto, de tal manera había acaparado la atención el grupo de padres que, no lo olvidemos, eran los invitados de sus hijos. Con la noche, comenzó el frío y el cansancio de las andanas acumuladas. Sara se durmió en una silla y yo no veía el momento de que acabara la fanfarria.



Sara posando en la Avenida de Valdayo (Riaño)
A las doce y media, y gracias a que Jorge, el cocinero, se apiadó de la niña y nos acercó al coche, ya estábamos, molidos y destrozados, en la cama.


Gárgola inquietante de la Catedral de Palencia


Quemado por el sol
Aunque los actos del domingo empezaban a las diez de la mañana, nosotros teníamos que dejar la habitación, por lo que no llegamos hasta las once y media. Con todo y con eso, Sara se hartó de jugar, Carmen de hacer fotos y yo de tumbarme bajo la sombra protectora del avellano que presidía la campa. Lo que realmente queríamos, para lo que habíamos recorrido 400 kilómetros, era para estar con Alex, que nos enseñara su tienda y las cosas que habían hecho. Comimos con ellos un cocido (muy aparente, todo hay que decirlo) y cuando pudimos nos despedimos, después de que el niño nos mostrara orgulloso (no era para menos) las madrigueras (así llaman a sus tiendas) de los castores, el macutero, el tendedero, las duchas junto al arroyo e, incluso, las letrinas perfectamente adaptadas. Este era su segundo campamento, y aparte de la lógica morriña (tiene 8 años) se veía integrado y feliz, algo que nos preocupaba razonablemente. 
Junto a la iglesia rescatada de las aguas (Riaño)
Esto del “día de padres”, nuestras reticencias hacia la forma que tienen de plantearlo, y no me refiero al kraal o monitores, si no a la rama paternal que ha monopolizado el asunto con la mejor de sus intenciones, resulta a todas luces una batalla perdida de antemano. En mis años de scout la cosa era más sencilla: te visitaban los padres en el campamento, les mostrabas orgulloso las tiendas y comías con ellos allí o en los alrededores. Aprovechabas para ver lugares que, de otra manera, no podías ver; si no venían los tuyos, te acoplabas con otra familia (o al revés), y se dejaba a los monitores unas horas de merecido descanso. El año pasado Alejandro no llegó a visitar Ribadesella o Cangas, y este año le pasará lo mismo con Riaño



En la plaza del ayuntamiento palentino
La intención de Carmen era parar en varios sitios de camino a Madrid, pero la villa romana de La Olmeda, cerca de Saldaña, ya estaba cerrada y el cielo amagaba tormenta. Entramos en Palencia, una ciudad y provincia que hasta hace pocos años me resultaban completamente desconocidas, hasta el punto de preguntar, medio en guasa, medio en serio: “Pero… ¿Palencia existe?” Tuvimos la suerte de cruzar las puertas de la iglesia de San Miguel cuando estaba terminando la misa y el sacerdote transmitía a los fieles allí congregados un mensaje del obispo que, ante la proximidad de la festividad de Santiago Apóstol, y teniendo en cuenta que este año era laborable, aconsejaba a los “patrones” [sic] que permitieran a todos los que se dedicaban aquellos días a las labores de la siega [sic] a asistir a los oficios religiosos [y sic]. Era como hacer un viaje en el tiempo hasta una Castilla inmóvil, detenida, orgullosa y sorda, en algún momento indefinido de la Historia.
Palencia. Plaza del Ayuntamiento
La ciudad en si nos decepcionó. No había padecido los estragos de una guerra o de una catástrofe natural, si no algo infinitamente peor: los despropósitos de un urbanismo descerebrado y un tanto psicópata. A muy pocos metros de la Catedral, con sus gárgolas sobrecogedoras, se levantan unos edificios que destrozan el entorno de forma imperdonable. Alguna calle (como la del casino o la plaza del ayuntamiento) conserva todavía ese encanto provinciano tan característico pero, a falta de una visita más detenida, son bastante pocas.
Volvimos a Madrid con un buen número de imágenes y sensaciones impresas en la memoria, con el gusto de dejar Alejandro en mejores condiciones que el año pasado, esperando la llegada de las vacaciones y del próximo viaje.


Esquinazo del Casino
P. D. Agradecemos desde aquí a Kike, Alberto, Rasti, Carlota, Jorge, Dudu, Arco, los chavales "de prácticas" y al resto del Kraal el esfuerzo invertido en la organización y buena marcha de este campamento 2013, así como en acompañar a los niños en esos momentos de inseguridad y "penita". A Ester, por su hospitalidad y cercanía, de las que tan escasitos andamos últimamente. Y pido perdón por los errores que haya podido cometer en la identificación de localizaciones: ya va siendo hora de seguir el buen ejemplo de Pepe y meter en el bolsillo libreta y lápiz...


La felicidad...