martes, 30 de abril de 2013

Si la montaña no va a Mahoma... Segunda parte. La estrategia del piojo

De camino a la montaña se encuentran numerosos obstáculos. Se yergue, a lo lejos, poderosa y altiva, tan fría como el metal. A medida que las convulsiones del suelo han ido moldeando su fisonomía, sembraba de vástagos su entorno, unos más grandes, otros más chicos, algunos una simple meseta chata y roma, y los de más allá, de crecimiento rápido e insolente, apenas resisten las embestidas del huracán… Todos intentan imitar a su matriz, exhibiendo su majestuosidad e imperio a una escala reducida, casi ridícula, como de opereta.
De cerca, no dejan de imponer respeto, pues ocultan con su sombra a la Gran Madre, usurpando incluso su personalidad y sus destellos. Muchos dicen, sin duda inspirados por ese miedo irracional que nace de la pasta animal con que estamos moldeados, que el aventurero incauto corre el riesgo de sucumbir a su fulgor y hechizo, lo cual es un grave error pues, toda vez que pisa la cima, esta se aplasta hasta desaparecer. Pero, entonces, como por arte de magia, surge de las profundidades de la tierra otra cordillera más que se extiende indefinidamente rayando el horizonte antes de alcanzar a la Montaña. Eso, al menos, es lo que dicen.…

Bueno, no es exactamente así, o no siempre se desarrolla la acción de la misma manera. Todo depende del carácter de quien pretende llegar a la Montaña, de su fuerza y disposición, de la entereza de su ánimo. Para algunos, el terreno no se presenta tan accidentado, y la empresa más se parece a un paseo militar que a un safari delirante y peligroso. Para los más, todo adquiere proporciones ciclópeas y muy pocos se atreven a incorporar el papel de un nuevo Hércules aceptando el reto de las doce pruebas.
Porque de reto se puede calificar el empeño en sortear las piedras que un poder omnímodo y dulce, terrible y silencioso, pone bajo los pies descalzos de quien pretende desarrollar una vida plena, con sus potencialidades solo mediatizadas por los imponderables de la naturaleza, contra los que bien poco podemos hacer, no por los caprichos de esas mentes antojadizas y bienintencionadas que rigen nuestro destino..
Pocos saben que, coronada con éxito la primera de las cimas, el resto de la cadena se difumina como un espejismo y, de forma inopinada, se reduce drásticamente la distancia que nos separa de nuestro objetivo.

Contra todo pronóstico, el político no es un ente aislado, lejano e inaccesible; un compartimento estanco sin comunicación con el exterior; no habita un Olimpo apartado de la realidad, ajeno a los problemas de la gente a la que dice servir. Esta imagen de la clase política, fomentada tal vez por ella misma de forma involuntaria, aunque parezca una paradoja, facilita sobremanera la canalización del descontento. Genera unos espacios de protesta controlada donde derramar la insatisfacción y la impotencia. Heredera de la tan traída y llevada lucha de clases, en virtud de la cual la Historia se reducía a una confrontación sin tregua ni cuartel entre grupos que se concebían como unidades cerradas y compactas, formadas por miembros iguales entre si, cuyos únicos objetivos en la vida se limitaban a dominar y a no dejarse dominar, dicha cosmovisión peca, en el mejor de los casos, de una candidez infantil, de un maniqueísmo que impide alcanzar la raíz de los problemas, hipotecando cualquier análisis serio de la sociedad y sus agentes.

Bien es cierto que simplificar el mundo a una lucha entre ángeles (nosotros) y demonios (todos ellos), consuela como un bálsamo, al igual que enjugaba las lágrimas y el dolor de los afligidos aquella feliz creación del Purgatorio durante las convulsas y críticas décadas del la Baja Edad Media, con la muerte siempre presente, años de epidemias y guerras que diezmaron a la Cristiandad.
De siempre, las sociedades, y en mayor medida las modernas, son bastante permeables, aunque se hayan impuesto desde las cátedras universitarias una panoplia de esquemas y estructuras a los que tenía que amoldarse, sí o sí, la realidad, tanto la presente como la pasada, con la intención de ejercer un mayor control sobre la futura.
Esa permeabilidad, ese constante y promiscuo intercambio de modos y maneras entre la sociedad y sus dirigentes, hacen que la identificación de los responsables de los problemas resulte complicadísima. Lo que repudiamos en un político, lo estamos viendo a diario en nuestro entorno más inmediato sin apenas darnos cuenta. Por lo tanto, es necesaria una tarea previa de introspección, porque: ¿qué fue primero: la gallina o el huevo?, ¿quién corrompe a quién?...

En momentos como este de gran confusión conviene revisar nuestra escala de valores, actuar conforme a lo que nos dicte la conciencia y estrechar aún más los lazos que mantienen unido nuestro ámbito más próximo. Solo la coherencia y la honradez, la adecuación del pensamiento con los actos, nos hará fuertes y libres para hacer frente con ciertas probabilidades de éxito a la estrategia del piojo. Advierto que no es tarea fácil.
Porque todos sabemos cómo se las gasta este bichejo. No basta con localizarle y eliminarle, pues para entonces ya habrá sembrado sus huevos. Muchos creen que con su muerte se acabó el problema, ignorando que este será recurrente si no se identifica al primer transmisor y no se hace un seguimiento diario de los huéspedes hasta su total aniquilación (¡de los bichos, claro!). Con los piojos pasa como con los vampiros: existen desde hace miles de años porque nadie creía en ellos; y como con las almorranas: nadie las ha tenido nunca hasta que alguien comenta que las padece… Hay quien asegura que esos parásitos los diseminan en las entradas de los colegios los fabricantes de productos farmacéuticos orientados a su erradicación. El que no se conforma es porque no quiere…

Podemos reconocer, con nombre y apellidos, a varias de estas liendres. A una de ellas le debo la creación de este blog, pues del impacto que me produjo confirmar su maldad intrínseca salieron dos o tres reflexiones relativas a los saqueadores y esa chusma de similar pelaje. Asistí a la epifanía del horror hablando con ella, hará cosa de cuatro o cinco años. Desde entonces, se ha repetido la situación en tantas ocasiones que me es permitido sacar una ley. En estas sucesivas entrevistas con el vampiro, sin el encanto de un Brad Pitt, la agilidad verbal de la escritora Anne Rice, ni la conciencia de que si no ponía remedio me iban a sacar la sangre (y a meter la mano en la cartera) a la primera de cambio (como así sucedió), se repetían con asombrosa puntualidad una serie de técnicas extraídas de un manual pardo de habilidades sociales, como pueden ser el despliegue de una humildad desmedida, la alabanza al interlocutor (deslizando de vez en cuando alguna crítica a los que considera adversarios del mismo) y la promesa de un futuro cuajadito de posibilidades de promoción… De haber conocido a esa liendre en la actualidad, creo que no habría sucumbido a su hechizo. Nunca es tarde si la dicha es buena…





A lo que voy. El problema está tan extendido, que la clase política solo es una más de las responsables del mismo. La liendre a la que he hecho mención más arriba sigue robando y saliendo en las fotos por mucho que un puñado de personas combativas rodeen el Congreso. Todos podríamos enumerar varias soluciones que despejarían tales problemas. Pero esas medidas, en mi opinión, cargaditas de las mejores intenciones, adolecen de la falta de radicalidad que exige la gravedad del asunto. Sería como arrancar la mala hierba de un sembrado con las manos o limitarse a matar el piojo que descubrimos en una cabeza infantil. En ambos casos, y a muy corto plazo, parecería que habríamos conseguido nuestro objetivo sin demasiado esfuerzo; pero, al poco tiempo, comprobaríamos cómo se extiende la cizaña por el trigal y las liendres por el cabello de la criatura.

Si admitimos abiertamente que nos han invadido los piojos, que el mal  también está en nosotros mismos y no solo en los demás, habremos avanzado mucho en el camino de la montaña, de la recuperación de las riendas de nuestra vida.

No hay comentarios: