jueves, 3 de mayo de 2012

Consecuencias de un mal consejo. "El libro de la fiebre" (Carmen Martín Gaite, [1949])

Carmen Martín Gaite (1925-2000)
A menudo, cuando el sueño se anuncia y acepto sus guiños, me dejo embaucar por sus artimañas y disfruto con la conciencia del desorden que provoca en mi cabeza. De nada sirve oponer resistencia. Poco a poco se suspenden todos los mecanismos de control, hasta que quedo sometido a sus manejos. En el ínterin, puedo ensayar, siempre en vano, un último intento de soberanía, de dominio sobre esa realidad imponente, inapelable. Esa momentánea simbiosis entre la vigilia y el sueño, cuando las personas, las cosas y la atmósfera que las acoge adoptan una extraña consistencia, se repite al despertar durante unos segundos, en  los que lo soñado adquiere las proporciones de lo realmente vivido y busca acomodo en lo verificable y mensurable. Hay veces que se presenta como una lucha sin cuartel hasta que las ensoñaciones se difuminan y desaparecen por completo. Suele quedar, eso sí, la sensación de un mal sueño como una sombra negra suspendida sobre mis pensamientos durante un tiempo indeterminado. Solo la narración de la pesadilla, con todo el lujo de los detalles que sea capaz de rescatar del naufragio, servirá para minimizar sus efectos. En otras ocasiones, el sueño no da tregua, “hinco la testuz” y caigo como en un pozo sin fondo, sin posibilidad de disfrute, resistencia ni deleite; es este un sueño pesado, animal, muy poco reparador. Y, finalmente, está el sueño de la fiebre, en el que se mezclan de forma agitada y morbosa los delirios a la conciencia, lo real a lo temido.
Muchas culturas han intentado recrear esos momentos intersticiales, en los cuales han creído adivinar la presencia de Dios. También las drogas proporcionan un pasaporte a ese mundo inmaterial y difuso, aunque una permanencia indefinida en el mismo suele acarrear la muerte o la locura.

La confusión entre la vigilia y el sueño ha dado también mucho juego al arte, en general, y a las diferentes manifestaciones literarias, en particular, siendo, quizá, el surrealismo quien haya hecho un uso más desmedido de este recurso.

Con “El libro de la fiebre”, obra inédita hasta hace muy poco tiempo (2007), Carmen Martín Gaite (1925-2000) hizo su primera incursión de envergadura en el ámbito de la novela. Es de lamentar que el dogma realista imperante aquellos años empujara a Rafael Sánchez Ferlosio a disuadir a su autora de su publicación. Tuvieron que pasar casi sesenta años para que el lector, gracias a una decisión acertada de la hermana de CMG, Ana María, y precedido por un estudio exhaustivo de su editora Maria Vittoria Calvi, tuviera en sus manos este libro, del que solo contaba con las noticias fragmentarias expuestas en las numerosas conferencias dictadas por la salmantina, las referencias al mismo recogidas en sus diferentes cuadernos de trabajo, y un pequeño fragmento que publicó CMG en “Alcalá. Revista Universitaria Española” (1952). De haber visto la luz en su momento, 1949, los manuales de literatura española contemporánea habrían añadido a los nombres de Dámaso Alonso, Carmen Laforet o Camilo José Cela, el de CMG en la nómina de los grandes hitos de las letras de postguerra. Porque si “Hijos de la ira”, “Nada” y “La familia de Pascual Duarte” supusieron el acta de bautismo de una nueva forma de expresar una realidad quebrada y difícil, “El libro de la fiebre” muestra el necesario contrapunto, al asomarse a las inexploradas regiones del mundo interior:

“… no se puede perder tiempo cuando alguna vez se cae en el laberinto de la fiebre. No se puede perder tiempo desmenuzando el orden de los paisajes y de las visiones, calibrando su importancia. Todo el tiempo es poco para recoger la riqueza que a cada paso se nos brinda” (p. 106)

Toda una declaración de intenciones, que encierra el ansia de la autora por abarcar todo el caudal de experiencias y vivencias que le proporciona la fiebre. Ya no hay un antes y un después, una sucesión lógica de acontecimientos:

“El reloj contaba el tiempo de la manera más absurda, no iba de acuerdo con nada de lo mío, o él o yo mentíamos descaradamente” (p. 124)

Partiendo de un hecho concreto, real y un tanto anodino, como es el de la fiebre tifoidea que contrajo la autora, todo parece indicar que a raíz de una excursión que hizo acompañada de Alfonso Sastre y Rafael Sánchez Ferlosio por los desmontes próximos a la Ciudad Universitaria, nos asomamos a un mundo donde impera el delirio y las imágenes oníricas:

“Aquella noche soñé que bajaba de la mano de mis amigos a explorar las entrañas de la tierra. Íbamos por un pasadizo levemente iluminado, al borde de un río turbio y maloliente. En el pasadizo había varios carteles que decían: Arroyo de Cantarranas. Aquel arroyo se llamaba así y su corriente espesa y oscura venía en sentido contrario a nuestros pasos. Mareaba mirarla…”

Esto repugnaba a aquellos jóvenes que se estaban haciendo un hueco en el stablishment literario del momento, donde había que cerrar filas bajo la bandera de la literatura de compromiso o de testimonio. Difícilmente podía tener cabida en ese mundo que se estaba construyendo con no poco esfuerzo, palabras como estas:

“Acepté la fiebre. Dejé de tenerle miedo. Siempre estaba sobre mis sienes, sin irse…. Me entregué a ella. La lumbre de la fiebre subió en espiral desde mis pies. Subió a remolinos, a escalofríos, y fue llenando todo el sitio que yo ocupaba.

Llenó toda mi casa. Al llegar a los hombros se posó cariñosa como un pájaro. “Anda, ve a distraerte. De vacaciones. Yo me quedaré en tu lugar y nadie notará nada” Sí. Que alguien se quedara en mi lugar. ¿Por qué tener miedo?.

Acepté. Me salí de casa, Dios sabe hacia qué países, y abandoné mi cuerpo a la dulce locura de la fiebre.

Era muy divertido…” (p. 108)

En esta novela inaugural se aglutinan casi todos los temas tan queridos por la autora.

La literatura dentro de la literatura: “Tendré que escribir un libro. Ya lo daré cuando podáis oírme, cuando salga a vuestro campo y me veáis. Tengo que escribir un libro. No puedo esperar más, cargada de riqueza y de alegría. Será mi primer libro, el libro de la fiebre” (p. 114)

La madre: “Mi madre viene. La he llamado dormida y despierta, sus manos son dos manzanas cortadas y me hacen falta sobre la frente. Viene a velar por mí. Solo ella sabe” (p. 112)

La infancia: “¿A qué agotar avaramente las visiones que tuve en el jardín encantado? Yo sé que alguna vez he de volver” (p. 123)

Ese interlocutor que aparece de forma inesperada y entabla una estrecha relación con la narradora. En este caso, Fray Jacopone: “leíamos juntos trozos del Evangelio. Reñíamos… Éramos muy amigos. Y yo esperaba sus visitas como las de un ángel monstruoso y tutelar” (p. 134)

Y todo ello con esa prosa cargada de lirismo que delata la experiencia poética de CMG en sus primeros años de formación literaria:

“¡Cuánto tiempo he perdido durmiendo en este mundo! ¡Cuántos años! Ya no lo haré más. Tengo que recuperarlo. Tengo brazadas de tiempo alerta. No quiero dormirme. Que nunca se acabe esta fiebre” (p. 156)

“El libro de la fiebre”, lejos de ser una novela de iniciación, se trata de una obra madura en la que se puede disfrutar del gran estilo de una de las mejores narradoras españolas contemporáneas. Ignoramos qué derroteros habría seguido su carrera si las palabras de Rafael Sánchez Ferlosio no hubieran tenido el eco que tuvieron
“El caso es que pueda gustarle a Rafael cuando se lo lea, esto es indispensable” p. 173)

Afortunadamente para todos los que la admiramos, el camino emprendido en este libro nunca fue abandonado del todo, y esa atmósfera a veces inquietante y cargada de simbolismo que se respira y nos envuelve, la recuperamos en “El balneario” (1954) y “Retahílas” (1974), para invadir todos los rincones de “El cuarto de atrás” (1978)

2 comentarios:

elena clásica dijo...

Querido Nacho:

Has dedicado esta entrada a una escritora muy querida por mí, sin duda una referencia para cualquier mujer amante de la literatura y para cualquier lector que sienta la curiosidad de destapar el velo de misterio de los personajes femeninos de la Gaite que le harán sumergirse sin duda en un conocimiento más profundo de los sentimientos de una mujer.

Encuentro varios puntos muy interesantes en tu exposición, el primero de ellos la pena por el mal consejo que recibió la autora para no publicar su novela en 1949. Bien, aquí se aúna la perspectiva de la historia con la especial relación que ya unía a Martín Gaite con Sánchez Ferlosio. El, entonces, amigo de la escritora, Rafael Sánchez Ferlosio tuvo que disfrutar sobremanera con esta obra, es más, me atrevería a decir que quizás de manera subconsciente anidará su recuerdo durante meses, pues en dos años publicó "Industrias y andanzas de Alfahui", una rara avis, una maravilla de la metáfora, de la prosa poética, que inaugura ¡en los años 50! la nueva literatura surrealista, incluso calificada como ejemplo de "realismo mágico español". Alfanhui sueña, quizás como había soñado el gran novelista de la mano de su novia, después su mujer. No puedo creer que a Sánchez Ferlosio no le encandilará la magia de "El libro de la fiebre", más bien pienso que quiso protegerla. Es cierto que la autora todavía inexperta en el mundo de la publicación podría haber sido devorada sin piedad por no obeder al dictado social del momento. Entonces imperaba otra urgencia, aunque la creación es libre y así había de manifestarse. Muchos años esperando esta maravilla, pues ciertamente el escritor que ejerció de crítico literario, aunque fuera quizás por este afán cariñoso de amparo, de tutela, publicó "Alfanhui"en 1951. En todo caso, prefiero pensar que fue el cariño y no una cierta inseguridad en él lo que le hizo aconsejarle de esta manera a Martín Gaite.

El mundo onírico que presenta, como apuntas Nacho, la escritora es fascinante, inaugurando una narrativa intimista, personalísima, que será su sello de identidad en obras venideras, ciertamente algo más ancladas en tierra, aunque concesiones de extrañeza y de sueños habrá sin ir más lejos en "El cuarto de atrás".

Heredera de la vanguardia de los años 20 y 30 con autores tan interesantes como Benjamín Jarnés, Corpus Barga, Gómez de la Serna, siente la narrativa a su gusto y por cierto no exenta generalmente de un compromiso social.

"Me entregúe a la fiebre... era muy divertido... tendré que escribir un libro", ¡pero si nuestra escritora parece anunciar ya la libertad, los presagios y los sueños de la estadounidense generación beat! Pero fue demasiado adelantada, original, y le tocó pasar esa fiebre en España, con las tristes circunstancias que vivía el país. Quizás demasiado sutil, quiso reflejar la necesidad de huir de ellas sumergiéndose en un mundo fantástico. Demasiado pronto, ¡qué pena!

Mencionas, Nacho, algunas de sus otras novelas, muy grande es esta autora y lo digo en presente porque, a pesar de que la hayamos perdido en el 2000, siguen siendo de una modernidad palpable su narrativa y sigue muy vigente en nuestra memoria también a través de los maravillosos ensayos que nos ha legado.

(continúa)

elena clásica dijo...

(Continuación)

A la memoria me viene "Entre visillos" con su atmósfera asfixiante, de la que no parece haber escapatoria y sin embargo, un personaje femenino arroja un poco de luz mirando a los estudios como una liberación, intentado escapar de un futuro predestinado y absurdo por impuesto. ¿Cómo olvidar su magnífico "Usos amorosos de la posguerra española", alma femenina, delicada para exponer la sociología de la posguerra, la condena a las mujeres que debían cumplir las exigencias de una sociedad que las desdeñaba, las empequecía, les arrebataba su independencia y libertad de elección. Una sociedad cruel que no le permitía a una mujer vivir sola por elección, no digamos criar a un hijo soltera. El pasaje en el que una novia ante el altar planta a su novio y en voz alta y clara se dirige a los invitados espetándoles que "no se casa porque no le da la gana", es un momento único, liberador.

Si volvemos a su narrativa, "El balneario" me recuerda una vez más "El libro de la fiebre", pues se estructura en dos partes, la primera onírica, tan original como es ella, libre, una mujer asiste a la desaparición extraña de su marido atraído por unos fantasmas:
"Ya llega Carlos, muerto, rodeado de cuerpos de fantasmas; ya vienen los tambores. Un esfuerzo. Estoy dormida, soñando. Un esfuerzo"; la segunda ya en tercera persona, realista, sin magia, algo triste.
Y la mente perdida entre realidades desvanecidas y sueños:
"De pronto tuve una extraña clarividencia. Por primera vez desde que habíamos llegado al balneario se me cruzó la idea de si estaría soñando. Se me abrió esta duda como una brecha en los muros de niebla que me cercaban como la única salida posible, la única luz. Pero se me alejaba, desenfocada, bailando con guiños de burla, como la luz de un faro; perdía consistencia y desaparecía, sofocada por las imágenes y las sensaciones del sueño mismo ".


Viva mil veces Carmen Martín Gaite por ser tan valiente, por una prosa tan exquisita, sensible y original. Porque a veces nos recuerda a Leonora Carrington y a Max Ernst.

Gracias, Nacho, por reivindicar su figura y traernos esta novela tan interesante a tu entrada.

Un abrazo para ti, para Carmen, y para los tres investigadores de la historia y de los paisajes sumergidos en belleza.