sábado, 21 de abril de 2012

De la Siberia a Montánchez, pasando por la Vía de la Plata. Dos excursiones esta Semana Santa



Cerro Masatrigo, en el embalse de La Serena
Trascender el curso, desbordar sus límites, salir fuera del camino trazado, aventurarse más allá de la vía que nos conduce... Todos estos significados, y muchos más, encierra la palabra excursión. Etimologías fantásticas aparte, cierto es que la excursión debe tener un no sé qué de empresa, de riesgo conscientemente asumido, al traspasar los cauces habituales por los que discurre nuestra vida,  para adentrarnos por senderos desconocidos o por aquellas trochas angostas y secundarias que, aunque siempre han estado allí, nunca habíamos reparado en su existencia. Este sentido transgresor (la excursión no es más que el rechazo, o si se quiere, la suspensión, más o menos prolongada en el tiempo, de lo cotidiano) requiere, para obtener toda la satisfacción que su práctica nos pueda deparar, una predisposición del espíritu, un deseo de ver cosas nuevas o de percibir e integrar en nuestro acervo, con una nueva mirada, las mismas cosas de siempre.


Ermita del Carmen de los Mártires (1793),
que pertenecía al hospital,
 aneja a la iglesia parroquial
(Talarrubias)
El lunes 2 de abril, más cerca del mediodía que del amanecer, metimos a los niños en el coche, y sacudiéndonos la pereza, echamos a rodar. Nuestra intención primera, expresada en numerosas oportunidades anteriores, era llegarnos hasta el embalse de Alqueva, del que tanto y tan bien nos habían hablado los Villar-Herrero, y donde España y Portugal trazan un tramo invisible de su frontera, para recorrer algún trecho de la misma visitando los pueblos de la Raya. Pero la lejanía con respecto a la retaguardia, y lo avanzado de la hora, nos disuadió, por lo que escogimos una opción más sencilla y llevadera: la Siberia extremeña.

Así bautizada en su día por sus malas comunicaciones con Madrid y su apartamiento de las vías más transitadas, esta comarca, donde predomina un paisaje serrano y de dehesa, nada tiene que ver, en principio, con la imagen que tenemos de la gigantesca región asiática. Encinares y alcornocales, rico pasto para ovejas y cerdos, al pie de serranías por las que se dejan ver de vez en cuando venados y cochinos, debe mucho, casi tanto como La Serena, al Plan Badajoz, entramado de ingeniería hidráulica del que ahora se recuerda su puesta en marcha.

Plaza de Talarrubias. En primer término, la
fuente con las cuatro grandes presas de la zona.
A la izquierda la iglesia de Santa Catalina de Alejandría
La primera parada en nuestra ruta la hicimos en Talarrubias, cuya plaza principal está presidida por una fuente que homenajea de una forma curiosa el papel fundamental de los embalses en la región. La iglesia-fortaleza, con sus enormes cubos, y sus muros de mampostería, evoca ese pasado militar y ganadero de gran parte de la provincia de Badajoz. A su lado, una capilla con ábside de un barroco delirante.


Elementos barrocos o rococó de la ermita del Carmen. Talarrubias
Después de hacer unas compras en El Árbol y comer unos bocadillos salimos del pueblo, y en el primer cruce, tomamos la dirección Fuenlabrada de los Montes. En un bar, le dimos de comer a Sara, que no entiende cómo se puede uno alimentar con un sandwich teniendo la oportunidad de hacer perder al resto del grupo un tiempo precioso apretándose un guisote de lentejas. Gajes de la edad...




Parroquia de Nuestra Señora de
la Asunción.
Fuenlabrada de los Montes
Este pueblo, arrimado a la sierra, cuenta con una iglesia cuyas puertas estaban abiertas, ya que unas mujeres trajinaban en el arreo de una procesión. Templo de porte pesado, con gruesos refuerzos y ese estilo rural mezcla de otros tantos, de su interior fueron trasladadas numerosas piezas a Herrera del Duque "en tiempos de la peste", en palabras de un lugareño, quien también nos comunicó, con cierta pena en su voz, que la fuente de ónice que hay en Herrera pertenecía a Fuenlabrada. "También se la llevaron cuando la peste, y ahí sigue, son cosas que se hacían antes, porque el pueblo se quedó vacío por la epidemia. A mí siempre me han gustado esas cosas de la historia, pero no tengo formación, aunque he visto cosas de mucho valor, como una huella enorme de un bicho que hay allí, en una cueva, en el monte. Llamé a la Junta, vinieron unos señores, y nada. De los tres dedos que tenía la huella, solo quedan dos. Aquí hay cosas muy importantes, ya lo creo que sí, pero a nadie le importa, lo mejor es que se queden como están”


Una calle de Herrera del Duque
De Fuenlabrada a Herrera del Duque, que pasa por ser capital de la Siberia, no hay muy mucha distancia. Pueblo grande y rico, de casas blasonadas con sus fachadas enjalbegadas y calles empedradas, está protegido desde el monte por una fortaleza impresionante. Tiene un precioso convento carmelita en ruinas y una iglesia con cubos similares a los que vimos en Talarrubias. Su plaza principal le da un aire a la de Zafra.






Talarrubias, Fuenlabrada de los Montes, Herrera del Duque… Y Siruela. Poco comparte este pueblo que los visitados hasta el momento. Quizá por la hora a la que llegamos, avanzada la tarde, presentaba una mayor actividad y animación. Son de destacar el convento de Santa Clara en una plaza recoleta donde venden repostería, el palacio de Fernán Núñez, la parroquia de Nuestra Señora de la Antigua en cuya nave habían montado un sencillo monumento con trece panes, la estatua de José Moreno Nieto o la casa de El Perulero, que albergaba una exposición de iconos. Delata la importancia que tuvo la localidad en su momento el hecho de contar con un hospital, del que se cree que formaba parte la casa del indiano.


Herrera del Duque.
En lo alto, una fortaleza que perteneció a la orden de Alcántara
De regreso al Pantano bordeamos Sancti Spiritus y Puebla de Alcocer, atravesamos Esparragosa de Lares, cruzamos los embalses para, a la altura de Cabeza del Buey, abandonada ya la Siberia, enfilar esa carretera recta y eterna como una noche en vela que se adentra en la Serena y nos lleva a casa.

El miércoles 4, con un cielo amenazador, volvimos a las andadas, con una idea tan ambiciosa como la frustrada dos días antes. En esta ocasión se trataba de alcanzar el Puente de Alcántara y, como el lunes, tuvimos que dejarla para otra ocasión. No obstante, fue una jornada provechosa.


El Tajo embalsado en Alcántara

Lateral de la iglesia de Nuestra Señora de la Antigua
Siruela
Una vez en la provincia de Cáceres, paramos a tomar un café en Valdemorales, un pueblecito que no tardó en encandilar a Itziar y, de rebote, a todos nosotros. Solo contaba con un bar, una farmacia y ¡una peña madridista!. Adentrándonos en la sierra, llegamos a Montánchez, cuna de jamones y embutidos ibéricos. Más castellano que extremeño, centro turístico de cierta importancia, cuenta con bastantes hoteles y casas rurales. Desgraciadamente, acusando la crisis, muchos de ellos estaban cerrados. Mientras comíamos prácticamente solos en un restaurante, el camarero nos preguntó, para cubrir el expediente, de dónde veníamos. Al decirle Carmen que parte de mi familia procedía de Montánchez, se mostró interesado. “El apellido Búrdalo vino de Valdemorales. Hay muchísimos, y casi todos eran guardias civiles”, concluyó, para nuestra sorpresa.

Iglesia de San Andrés, del siglo XVII.
Valdemorales, camino de Montánchez
Subiendo al castillo, nos encontramos con el cementerio que, curiosamente, estaba abierto. La necrópolis estaba excavada en la ladera del monte, con sus calles en tres bancales. El paisaje que se extiende desde el camposanto es, francamente, impresionante. En vano buscó Carmen alguna referencia a mis antepasados en las lápidas, porque, aparte del apellido, yo no recuerdo fechas ni nombres.

Sobre la puerta de acceso, un epitafio:

"Templo de la verdad es el que admiras
No desoigas la voz que te advierte
que todo es ilusión menos la muerte.
Mansión es esta de silencio y calma
Ve solo
Al hombre pecador aterra
Aquí vuelven los cuerpos a la tierra
y a nueva vida se despierta el alma"

Salimos de Montánchez pensando acercarnos al menos a Alcántara. Las nubes se oscurecían y cerraban por momentos a medida que nos aproximábamos a ese mar que es, aun a la mitad de su capacidad, el Tajo embalsado. Como los establecimientos cerrados en plena temporada alta, los enormes pilares abandonados que debían soportar la línea del AVE Madrid-Lisboa nos hablaban de esa tremenda crisis que nos paraliza.

Panorámica desde el cementerio de Montánchez
Por fin, se rompió el cielo en un tremendo aguacero que nos obligó a disminuir la velocidad hasta tomar el camino de vuelta en la Vía de la Plata.

Dejo para otra entrada en este blog las visitas que entre excursión y excursión, aprovechando los pocos momentos muertos que nos dejaron las actividades deportivas de nuestros hijos, hicimos a los restos de trincheras y fortificaciones, con Antonio Segura y Vicente Pelegrí.


Subir al coche y echar a rodar sin un destino fijo, sin plan previo en el que figure  la hora de salida y llegada, paradas a efectuar, cosas que ver, monumentos que visitar; comer donde nos den las dos, como decía mi padre, o cuando apriete el hambre, como siempre hacemos. Es como pasear y descubrir eso que tienes tan cerca y siempre dejas para otro momento.

3 comentarios:

elena clásica dijo...

Querido Nacho:

Me has hecho soñar en este viaje, volar hasta le época romana, ¿cómo serían entonces los habitantes de estas tierras, desperdigados por sus montes, aterrados por la llegada de los conquistadores? Alguna villa romana todavía existe, y la magia del arte se muestra en los siglos que se amontonan, como si el pasado nos hablara de una vez, llevándonos a una convulsa Edad Media, donde la Siberia extremeña, quiso ser libre y sin embargo fue objeto de dependencia territorial por parte de Toledo; terminaría siéndolo incluso de Salamanca, hasta que encontró un lugar en el mundo: Extremadura.

Estos pueblecitos tan orgullosos de su independencia vistos con la mente del viajero, no del turista que se quiere empapar de sus costumbres, de su espíritu, de sus penas, de sus enigmáticas sonrisas, semejan unas islas plenas de belleza y de arte, en el interior.

Talarrubias quiere hablar, tiene muchas voces inquietas que gritan al paseante, al poeta, sugiriéndoles una pose coqueta, no en vano mezcla en la parroquia de santa Catalina de Alejandría los estilos gótico, renacentista, mudéjar y barroco. ¿Cómo impedirle a nuestro espíritu que nos abandone un momento y busque habitar sus muros? La ermita del Carmen se ofrece en toda su femenina belleza, mostrando que para ella no ha pasado el tiempo.

Estrictamente medieval, sobria, aguantando la injusticia del olvido, de la dejadez aparece ya Nuestra Señora de la Asunción en Fuenlabrada de los Montes, románica, gótica y mudejar supo contener su llanto ante las manifestaciones que nos ponen el alma en un puño de aquel lugareño.
Siruela añade al viaje movimiento, alegría, repostería.

Impregnada de sensaciones me ha dejado la Siberia, y ahora en Cáceres un "memento mori", el alarido de los difuntos, "tempus fugit, caminante, tempus fugit", con un epitafio que nos sobrecoge y toma un lugar para siempre en el que lee y escucha:

"No desoigas la voz que te advierte
que todo es ilusión menos la muerte..."

Me siento demasiado pequeña, demasiado humana para comentar unos versos tan elevados...

Había de romperse el cielo tras este viaje, no podía ser de otra manera.

Profundamente emocionada he viajado con vosotros. Ah, tengo que añadir algo en defensa de la dulce Sara:

un buen guiso, delicia gastronómica de la zona, forma parte de un viaje en condiciones y permite imbuirse aún más del espíritu creador de una geografía anhelante de compartir su belleza. ¡Bien por ti, preciosa!

Una vez más disfruto contemplando a una familia tan encantadora y cariñosa, de cuya amistad me congratulo. Me gusta mucho el tono literario de la narración y las observaciones que se asoman por parte de cada uno de vosotros, Itziar me hizo recrearme en Valdemorales.

(continúa)

elena clásica dijo...

(Continuación)


Gracias por compartir este viaje, ah, como compañera de descoyuntamientos aventajada yo ya había contemplado alguna primicia. Y ahora soy yo quien os dedica a vosotros un poema de Pedro Salinas, afín al espíritu hospitalario que aquí he encontrado, espero que os guste:


"No te detengas nunca
cuando quieras buscarme.
Si ves muros de agua,
anchos fosos de aire,
setos de piedra o tiempo,
guardia de voces, pasa.
Te espero con un ser
que no espera a los otros:
en donde yo te espero
sólo tú cabes. Nadie
puede encontrarse
allí conmigo sino
el cuerpo que te lleva,
como un milagro, en vilo.
Intacto, inajenable,
un gran espacio blanco,
azul, en mí, no acepta
más que los vuelos tuyos,
los pasos de tus pies;
no se verán en él
otras huellas jamás.
Si alguna vez me miras
como preso encerrado,
detrás de puertas,
entre cosas ajenas,
piensa en las torres altas,
en las trémulas cimas
del árbol, arraigado.
las almas de las piedras
que abajo están sirviendo
aguardan en la punta
última de la torre.
Y ellos, pájaros, nubes,
no se engañan: dejando
que por abajo pisen
los hombres y los días,
se van arriba,
a la cima del árbol
al tope de la torre,
seguros de que allí,
en las fronteras últimas
de su ser terrenal
es donde se consuman
los amores alegres,
las solitarias citas
de la carne y las alas."

Con las palabras de Salinas suscribo mi visión sobre el significado de la excursión.

Un abrazo fuerte, queridos amigos.

Nacho Díaz-Delgado Peñas dijo...

Muchísimas gracias por completar de esa forma tan maravillosa nuestras impresiones de esos viajes. El poema de Salinas, impecable, y tu recreación histórica de una tierra que ha pasado tantas veces de manos, muy pertinente. Has tocado muchos asuntos que me habría gustado tratar en el artículo pero en los que solo he reparado al leerte. Besos y gracias, otra vez.