miércoles, 25 de abril de 2012

Confesiones de un voyeur

Siempre he tenido un deseo inconfesado, pueril si se quiere. Seguramente lo comparten muchos que lo negarán no tres, si no tres mil veces. No es otra cosa que disfrutar de la facultad, concedida por un geniecillo burlón, de poder observar a hurtadillas, a través de una mirilla o de la rendija de una puerta, lo que hacen nuestros hijos en la guardería o en el patio del colegio, cómo se relacionan con los demás, escuchar sus discusiones cuando empiezan a balbucear sus primeras e incomprensibles palabras… Sin mediar un aparataje propio de espías o de detectives privados, muchos de nosotros nos iremos a la tumba sin llegar a presenciar esas escenas, conformándonos con lo que nos quieran transmitir sus profesores y cuidadores. Y, realmente, tiene que ser así, siempre y cuando no se den esas circunstancias anómalas y espantosas de malos tratos y abusos con las que suelen encogernos el corazón los informativos, y que obligarían a una vigilancia estrecha de su entorno.

Voyeur impenitente, he trasladado esa perversa inclinación a terrenos tan complicados y quebradizos, sembrados de baches y obstáculos, como la política y su representación a pequeña escala: la empresa. Hace bastantes años (¡qué viejos nos vamos haciendo, Dios mío¡) comentaba Leopoldo Calvo Sotelo, con ese medio humor que le caracterizaba, que si los españoles asistieran, sin ser vistos, a un consejo de ministros, formarían colas kilométricas en la frontera huyendo despavoridos al constatar qué suerte de individuos gestionaban la cosa pública. Y no le faltaba razón.
Como toda desviación o parafilia, esta del voyeurismo tiene su lado masoca, por lo que me entretengo, con más frecuencia que la que debiera, recreando la suerte de barbaridades y despropósitos que se manejan con la mayor naturalidad y descaro en el seno de la toma de esas grandes decisiones políticas y económicas que solo se pueden adoptar con el concurso, voluntario o no, de todos y cada uno de nosotros. Entiéndaseme bien: por concurso quiero decir robo sistemático del producto de nuestro trabajo. Lo que me subleva, y por momentos amenaza con minar mi equilibrio mental, no es la maldad intrínseca que destilan esos sujetos, si no la comprobación de una sospecha vehemente: nos toman por imbéciles.
Y, mucho me temo, parece que tienen razón.


Recuerdo una escena de la novela de Juan Rulfo en la que Pedro Páramo, deseoso de apropiarse de las tierras de un tercero, buscaba una estratagema más o menos legal para lograr su objetivo. La solución la encontró acusando a su víctima de “usufruto” [sic]. Y no solo consiguió las tierras que ambicionaba, si no también colgar al “expropiado” de una viga.
La noticia que ha motivado esas reflexiones, la cacería de elefantes a la que asistió el Rey en Botswuana estos días, no deja de ser, tristemente, una anécdota, eso sí, muy ilustrativa de la falta de respeto que muchas instituciones tienen por aquéllos que las mantienen con sus aportaciones.
Y ya que vamos de recuerdos, no puedo dejar de mencionar aquí a mi suegro, fallecido hace ahora un año. Pues bien, refiriéndose a las “pagas” que exigían los hijos, él nunca aceptó esa costumbre, y mucho menos su denominación de paga. Hablaba más bien de “asignaciones semanales voluntarias”. Consciente de que la obligación de sus hijos, mientras vivieran bajo su techo y a sus expensas, era estudiar, y de momento no realizaban ningún trabajo productivo con derecho a remuneración, él les daba la cantidad que estimara oportuna, sin estar sujeta esa entrega a una frecuencia determinada y siempre sometida a su santa voluntad: tal como se lo daba, se lo podía retirar.
Las disculpas ofrecidas por el Rey a la salida del hospital, más se parecen a las de un marido infiel que, descubierto en la cama con otra mujer, jura que no va a suceder nunca más (¿la infidelidad o el descubrimiento in fraganti?) que a la de un Jefe del Estado que representa a España ante el mundo.
¿Qué cara pondría este señor al comunicar a sus más directos allegados su participación en un safari, mientras cinco millones de sus “súbditos” se encuentran en el paro? Aquí el duendecillo me falla. Probablemente la misma que aquellos dizque empresarios que se frotaron las manos al publicarse aquella malhadada e inútil  ley que les daba vía libre para proceder a cuantos despidos se les antojaran. En esta ocasión el “usufruto” al que apelaba Pedro Páramo es la leve sospecha de no obtener en lo sucesivo los beneficios esperados. ¿Qué suerte de empresario cifra sus beneficios en las nóminas de sus empleados? Es como comprarse un coche cuando no se tiene dinero para combustible. ¿No será mejor vender el automóvil a aquel que pueda usarlo, en vez de llevarlo al desguace? Aunque existen cada día más “usufrutos”, tan legales como el mejicano, que se aplican en la elaboración de las nóminas, en los recortes que poco ahorran y mucho escandalizan, en la subida de impuestos, en la autoadjudicación de dietas inexplicables en función de la supuesta dignidad debida al cargo que se ostenta a modo y con la cuantía de sueldos que no se pueden justificar bajo ningún concepto, etc…



En este punto, cabe preguntarse por qué hemos llegado a estos extremos de desvergüenza, qué delito hemos cometido para merecer una clase política y económica de este pelaje.
En mi opinión, hay dos motivos de índole económica y un tercero derivado de los dos anteriores que explican la deriva suicida de nuestra sociedad
¡Maldita economía¡
En primer lugar, hemos acogido como bobos la artificial diferencia entre macro y microeconomía, aceptando de forma acrítica entidades tan huecas como economía financiera, economía bursátil, economía virtual… Se desnaturaliza así la economía a secas, es decir, la gestión de unos recursos siempre limitados para la consecución de unos fines determinados. Dicho de otra manera: tanto tengo, tanto gasto. Si consumo por encima de mis ingresos reales o de los que estimo a ciencia cierta que puedo adquirir en un plazo realista de tiempo, hipotecaré mi vida y la de mis hijos y nietos. No hay más cera que la que arde, es el axioma de la tan denostada por muchos economía doméstica a la que tanto temor inspiran las deudas que no se pueden abonar. La economía es la economía, así como la democracia es la democracia, a secas, sin calificativos. Macro-economía suena a democracia-popular: pura engañifa para violentar los significados.
¡Vivan las caenas¡
En segundo lugar, se ha estigmatizado el concepto garantista de propiedad. Me refiero, por ejemplo, a lo que está ocurriendo con aquellos negocios levantados desde cero, cuyos dueños han invertido esfuerzo y sacrificio para consolidarlos y ahora, sus hijos renuncian a tomar el relevo y prefieren trabajar “por cuenta ajena”, con la excusa de que es muy “esclavo” gestionar una empresa, que no te deja tiempo de ocio, de vacaciones, de estar con tus hijos… Los pequeños negocios, las empresas familiares que formaban auténticos tejidos de libertad, pues en ellos se aplica el conocimiento adquirido para obtener beneficios, adaptándose a las circunstancias adversas, reflejando el esfuerzo y la dedicación de su creador, se han convertido en algo exótico, casi materia de inventario como los yacimientos “visitables” que tanto abundan en la actualidad. Además, los negocios son inseguros, tienes que estar pendiente de los deseos del consumidor, del receptor de tus servicios, ajustándote a sus demandas; tan pronto ganas como pierdes; en fin, no hay nada mejor que percibir todos los meses una nómina, ver cómo la pobreza pasa por delante de tu puerta, pero nunca entra en casa. Se cierran empresas que no “han sabido adaptarse a la crisis”, que han “sucumbido a los ataques del mercado”, o son absorbidas por otras de mayor tamaño; estas últimas, a medida que aumenta su envergadura, se despersonalizan, adquieren mecanismos casi funcionariales, estatales, y ascendemos en la escala hasta llegar a la mayor empresa que la historia del hombre haya conocido jamás, y contra la que ninguna otra organización podrá competir: el Estado.
Ninguneo como norma
Este enorme Leviatán que se alimenta de nuestra renuncia a la libertad y a la dignidad, al que no podemos poner cara porque es irresponsable e intangible, aunque los efectos de sus actos sí que se hacen notar, exige una absoluta sumisión y obediencia a sus mandatos. Rechaza a aquellos que se atreven a cuestionar sus presupuestos con la impecable técnica del ninguneo. Convierte en invisibles, de la naturaleza del cristal, a quienes no secundan sus caprichos, dejándoles como alternativa la ciega obediencia o la huída. Se impone, en definitiva, la mediocritacracia que, como la falsa moneda, va desplazando hacia los márgenes a los capaces y creativos, inquietos y emprendedores.
Este Leviatán de crecimiento desproporcionado exhibe su poder a través de administraciones, diputaciones, fundaciones a cargo del erario, ayuntamientos, corporaciones semi-públicas, instituciones, participaciones en otras empresas… Una tela de araña de ramificaciones impensables y desarrollo cancerígeno por donde fluye un ingente caudal de riqueza administrado por la clase política. Esta pandilla de malhechores, que algún insensato, en su día, calificó de “bien nacional”, cuya calidad disminuye en la misma proporción que aumenta su número y en la que ya no se practica la virtud del “servicio público”, es la verdadera causante de los males que nos invaden, aunque se empeñen en buscar chivos expiatorios en los funcionarios, o los “mercados internacionales”.
¿Y si les retirásemos a toda esta tropa los numerosos sueldos que acumulan, reduciéndolos a la “asignación voluntaria semanal” de la que hablaba mi suegro?


2 comentarios:

Carmen MdlR dijo...

¿Donde se firma la propuesta?... por cierto, permíteme una leve rectificación:la "asignación voluntaria" era MENSUAL, una frecuencia que me parece excesiva para esta tropa de maleantes.

elena clásica dijo...

Querido Nacho:

Bienvenidas sean estas vehementes palabras de crítica al sinsentido y absurdo político al que asistimos, cuyo rimbombante palio anuncia la visión desesperanzadora del vacio, de la nulidad que cubre. Si el lenguaje crea la realidad como afirma Wittgenstein, en nuestra actualidad social, económica y política encontramos un amplio ejemplo para confirmar la tesis del filósofo y linguista austriaco. Así, términos como "macroeconomía", "microeconomía", sean del tipo "bursátil", "financiero" o "virtual"
hablan del artificio, como apuntas Nacho, de la creación vana y falaz de diferencias económicas que han de revertir en una marcada escala social que ha querido ir borrando diferencias desde hace siglos y que sin embargo ahora busca emular la más purista sociedad estamental.
Si existen los términos que marquen las diferencias y que nombren entes vacuos, unas y otros aparecerán de manera nítida ante el ciudadano que no ocupa otro papel que el de observador de tantos despropósitos, contemplando como el cáncer de administraciones, instituciones, empresas avanza de manera flagrante hacia su propia persona.
"Ubi sunt?" Ya que nos retrotraemos a una sociedad de corte medieval, empleo el tópico manriqueño ¿"dónde están"? tantas pequeñas empresas nacidas desde el esfuerzo y el empeño familiar, la ilusión y la creatividad de personas que han tenido que someterse a una purga de sus sueños, para asegurar su supervivencia.

El monstruo político avanza hacia nosotros como presas en el laberinto del minotauro. Difícil será que ningún político quiera poner fin al negocio que supone la vida del minotauro, la única salvación consistirá en la rebelión de las presas que han de alimentarlo, pues somos todos los que no estamos en el plano del disfrute del banquete ofrecido como espectáculo digno y cultural.

Y así como mencionas a Pedro Páramo, tampoco olvido el calor asfixiante, el sofoco que invade al lector de principio a fin, que no nos puede abandonar pues la injustia, la prepotencia nos queman tanto como la tierra simbólica hacia la que se dirige Juan Preciado: " Comala está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno."

Brasas vivas hemos tocado en África, aunque estemos lejos de Botswana y sobre tizones caminamos como los habitantes de Comala.

¿Hasta cuándo este absurdo?

También me quedo con la propuesta familiar de la asignación voluntaria para hacerla extensiva al corrillo indigno de negociantes.

Un abrazo, queridos amigos.