miércoles, 25 de abril de 2012

Confesiones de un voyeur

Siempre he tenido un deseo inconfesado, pueril si se quiere. Seguramente lo comparten muchos que lo negarán no tres, si no tres mil veces. No es otra cosa que disfrutar de la facultad, concedida por un geniecillo burlón, de poder observar a hurtadillas, a través de una mirilla o de la rendija de una puerta, lo que hacen nuestros hijos en la guardería o en el patio del colegio, cómo se relacionan con los demás, escuchar sus discusiones cuando empiezan a balbucear sus primeras e incomprensibles palabras… Sin mediar un aparataje propio de espías o de detectives privados, muchos de nosotros nos iremos a la tumba sin llegar a presenciar esas escenas, conformándonos con lo que nos quieran transmitir sus profesores y cuidadores. Y, realmente, tiene que ser así, siempre y cuando no se den esas circunstancias anómalas y espantosas de malos tratos y abusos con las que suelen encogernos el corazón los informativos, y que obligarían a una vigilancia estrecha de su entorno.

Voyeur impenitente, he trasladado esa perversa inclinación a terrenos tan complicados y quebradizos, sembrados de baches y obstáculos, como la política y su representación a pequeña escala: la empresa. Hace bastantes años (¡qué viejos nos vamos haciendo, Dios mío¡) comentaba Leopoldo Calvo Sotelo, con ese medio humor que le caracterizaba, que si los españoles asistieran, sin ser vistos, a un consejo de ministros, formarían colas kilométricas en la frontera huyendo despavoridos al constatar qué suerte de individuos gestionaban la cosa pública. Y no le faltaba razón.
Como toda desviación o parafilia, esta del voyeurismo tiene su lado masoca, por lo que me entretengo, con más frecuencia que la que debiera, recreando la suerte de barbaridades y despropósitos que se manejan con la mayor naturalidad y descaro en el seno de la toma de esas grandes decisiones políticas y económicas que solo se pueden adoptar con el concurso, voluntario o no, de todos y cada uno de nosotros. Entiéndaseme bien: por concurso quiero decir robo sistemático del producto de nuestro trabajo. Lo que me subleva, y por momentos amenaza con minar mi equilibrio mental, no es la maldad intrínseca que destilan esos sujetos, si no la comprobación de una sospecha vehemente: nos toman por imbéciles.
Y, mucho me temo, parece que tienen razón.


Recuerdo una escena de la novela de Juan Rulfo en la que Pedro Páramo, deseoso de apropiarse de las tierras de un tercero, buscaba una estratagema más o menos legal para lograr su objetivo. La solución la encontró acusando a su víctima de “usufruto” [sic]. Y no solo consiguió las tierras que ambicionaba, si no también colgar al “expropiado” de una viga.
La noticia que ha motivado esas reflexiones, la cacería de elefantes a la que asistió el Rey en Botswuana estos días, no deja de ser, tristemente, una anécdota, eso sí, muy ilustrativa de la falta de respeto que muchas instituciones tienen por aquéllos que las mantienen con sus aportaciones.
Y ya que vamos de recuerdos, no puedo dejar de mencionar aquí a mi suegro, fallecido hace ahora un año. Pues bien, refiriéndose a las “pagas” que exigían los hijos, él nunca aceptó esa costumbre, y mucho menos su denominación de paga. Hablaba más bien de “asignaciones semanales voluntarias”. Consciente de que la obligación de sus hijos, mientras vivieran bajo su techo y a sus expensas, era estudiar, y de momento no realizaban ningún trabajo productivo con derecho a remuneración, él les daba la cantidad que estimara oportuna, sin estar sujeta esa entrega a una frecuencia determinada y siempre sometida a su santa voluntad: tal como se lo daba, se lo podía retirar.
Las disculpas ofrecidas por el Rey a la salida del hospital, más se parecen a las de un marido infiel que, descubierto en la cama con otra mujer, jura que no va a suceder nunca más (¿la infidelidad o el descubrimiento in fraganti?) que a la de un Jefe del Estado que representa a España ante el mundo.
¿Qué cara pondría este señor al comunicar a sus más directos allegados su participación en un safari, mientras cinco millones de sus “súbditos” se encuentran en el paro? Aquí el duendecillo me falla. Probablemente la misma que aquellos dizque empresarios que se frotaron las manos al publicarse aquella malhadada e inútil  ley que les daba vía libre para proceder a cuantos despidos se les antojaran. En esta ocasión el “usufruto” al que apelaba Pedro Páramo es la leve sospecha de no obtener en lo sucesivo los beneficios esperados. ¿Qué suerte de empresario cifra sus beneficios en las nóminas de sus empleados? Es como comprarse un coche cuando no se tiene dinero para combustible. ¿No será mejor vender el automóvil a aquel que pueda usarlo, en vez de llevarlo al desguace? Aunque existen cada día más “usufrutos”, tan legales como el mejicano, que se aplican en la elaboración de las nóminas, en los recortes que poco ahorran y mucho escandalizan, en la subida de impuestos, en la autoadjudicación de dietas inexplicables en función de la supuesta dignidad debida al cargo que se ostenta a modo y con la cuantía de sueldos que no se pueden justificar bajo ningún concepto, etc…



En este punto, cabe preguntarse por qué hemos llegado a estos extremos de desvergüenza, qué delito hemos cometido para merecer una clase política y económica de este pelaje.
En mi opinión, hay dos motivos de índole económica y un tercero derivado de los dos anteriores que explican la deriva suicida de nuestra sociedad
¡Maldita economía¡
En primer lugar, hemos acogido como bobos la artificial diferencia entre macro y microeconomía, aceptando de forma acrítica entidades tan huecas como economía financiera, economía bursátil, economía virtual… Se desnaturaliza así la economía a secas, es decir, la gestión de unos recursos siempre limitados para la consecución de unos fines determinados. Dicho de otra manera: tanto tengo, tanto gasto. Si consumo por encima de mis ingresos reales o de los que estimo a ciencia cierta que puedo adquirir en un plazo realista de tiempo, hipotecaré mi vida y la de mis hijos y nietos. No hay más cera que la que arde, es el axioma de la tan denostada por muchos economía doméstica a la que tanto temor inspiran las deudas que no se pueden abonar. La economía es la economía, así como la democracia es la democracia, a secas, sin calificativos. Macro-economía suena a democracia-popular: pura engañifa para violentar los significados.
¡Vivan las caenas¡
En segundo lugar, se ha estigmatizado el concepto garantista de propiedad. Me refiero, por ejemplo, a lo que está ocurriendo con aquellos negocios levantados desde cero, cuyos dueños han invertido esfuerzo y sacrificio para consolidarlos y ahora, sus hijos renuncian a tomar el relevo y prefieren trabajar “por cuenta ajena”, con la excusa de que es muy “esclavo” gestionar una empresa, que no te deja tiempo de ocio, de vacaciones, de estar con tus hijos… Los pequeños negocios, las empresas familiares que formaban auténticos tejidos de libertad, pues en ellos se aplica el conocimiento adquirido para obtener beneficios, adaptándose a las circunstancias adversas, reflejando el esfuerzo y la dedicación de su creador, se han convertido en algo exótico, casi materia de inventario como los yacimientos “visitables” que tanto abundan en la actualidad. Además, los negocios son inseguros, tienes que estar pendiente de los deseos del consumidor, del receptor de tus servicios, ajustándote a sus demandas; tan pronto ganas como pierdes; en fin, no hay nada mejor que percibir todos los meses una nómina, ver cómo la pobreza pasa por delante de tu puerta, pero nunca entra en casa. Se cierran empresas que no “han sabido adaptarse a la crisis”, que han “sucumbido a los ataques del mercado”, o son absorbidas por otras de mayor tamaño; estas últimas, a medida que aumenta su envergadura, se despersonalizan, adquieren mecanismos casi funcionariales, estatales, y ascendemos en la escala hasta llegar a la mayor empresa que la historia del hombre haya conocido jamás, y contra la que ninguna otra organización podrá competir: el Estado.
Ninguneo como norma
Este enorme Leviatán que se alimenta de nuestra renuncia a la libertad y a la dignidad, al que no podemos poner cara porque es irresponsable e intangible, aunque los efectos de sus actos sí que se hacen notar, exige una absoluta sumisión y obediencia a sus mandatos. Rechaza a aquellos que se atreven a cuestionar sus presupuestos con la impecable técnica del ninguneo. Convierte en invisibles, de la naturaleza del cristal, a quienes no secundan sus caprichos, dejándoles como alternativa la ciega obediencia o la huída. Se impone, en definitiva, la mediocritacracia que, como la falsa moneda, va desplazando hacia los márgenes a los capaces y creativos, inquietos y emprendedores.
Este Leviatán de crecimiento desproporcionado exhibe su poder a través de administraciones, diputaciones, fundaciones a cargo del erario, ayuntamientos, corporaciones semi-públicas, instituciones, participaciones en otras empresas… Una tela de araña de ramificaciones impensables y desarrollo cancerígeno por donde fluye un ingente caudal de riqueza administrado por la clase política. Esta pandilla de malhechores, que algún insensato, en su día, calificó de “bien nacional”, cuya calidad disminuye en la misma proporción que aumenta su número y en la que ya no se practica la virtud del “servicio público”, es la verdadera causante de los males que nos invaden, aunque se empeñen en buscar chivos expiatorios en los funcionarios, o los “mercados internacionales”.
¿Y si les retirásemos a toda esta tropa los numerosos sueldos que acumulan, reduciéndolos a la “asignación voluntaria semanal” de la que hablaba mi suegro?


sábado, 21 de abril de 2012

De la Siberia a Montánchez, pasando por la Vía de la Plata. Dos excursiones esta Semana Santa



Cerro Masatrigo, en el embalse de La Serena
Trascender el curso, desbordar sus límites, salir fuera del camino trazado, aventurarse más allá de la vía que nos conduce... Todos estos significados, y muchos más, encierra la palabra excursión. Etimologías fantásticas aparte, cierto es que la excursión debe tener un no sé qué de empresa, de riesgo conscientemente asumido, al traspasar los cauces habituales por los que discurre nuestra vida,  para adentrarnos por senderos desconocidos o por aquellas trochas angostas y secundarias que, aunque siempre han estado allí, nunca habíamos reparado en su existencia. Este sentido transgresor (la excursión no es más que el rechazo, o si se quiere, la suspensión, más o menos prolongada en el tiempo, de lo cotidiano) requiere, para obtener toda la satisfacción que su práctica nos pueda deparar, una predisposición del espíritu, un deseo de ver cosas nuevas o de percibir e integrar en nuestro acervo, con una nueva mirada, las mismas cosas de siempre.


Ermita del Carmen de los Mártires (1793),
que pertenecía al hospital,
 aneja a la iglesia parroquial
(Talarrubias)
El lunes 2 de abril, más cerca del mediodía que del amanecer, metimos a los niños en el coche, y sacudiéndonos la pereza, echamos a rodar. Nuestra intención primera, expresada en numerosas oportunidades anteriores, era llegarnos hasta el embalse de Alqueva, del que tanto y tan bien nos habían hablado los Villar-Herrero, y donde España y Portugal trazan un tramo invisible de su frontera, para recorrer algún trecho de la misma visitando los pueblos de la Raya. Pero la lejanía con respecto a la retaguardia, y lo avanzado de la hora, nos disuadió, por lo que escogimos una opción más sencilla y llevadera: la Siberia extremeña.

Así bautizada en su día por sus malas comunicaciones con Madrid y su apartamiento de las vías más transitadas, esta comarca, donde predomina un paisaje serrano y de dehesa, nada tiene que ver, en principio, con la imagen que tenemos de la gigantesca región asiática. Encinares y alcornocales, rico pasto para ovejas y cerdos, al pie de serranías por las que se dejan ver de vez en cuando venados y cochinos, debe mucho, casi tanto como La Serena, al Plan Badajoz, entramado de ingeniería hidráulica del que ahora se recuerda su puesta en marcha.

Plaza de Talarrubias. En primer término, la
fuente con las cuatro grandes presas de la zona.
A la izquierda la iglesia de Santa Catalina de Alejandría
La primera parada en nuestra ruta la hicimos en Talarrubias, cuya plaza principal está presidida por una fuente que homenajea de una forma curiosa el papel fundamental de los embalses en la región. La iglesia-fortaleza, con sus enormes cubos, y sus muros de mampostería, evoca ese pasado militar y ganadero de gran parte de la provincia de Badajoz. A su lado, una capilla con ábside de un barroco delirante.


Elementos barrocos o rococó de la ermita del Carmen. Talarrubias
Después de hacer unas compras en El Árbol y comer unos bocadillos salimos del pueblo, y en el primer cruce, tomamos la dirección Fuenlabrada de los Montes. En un bar, le dimos de comer a Sara, que no entiende cómo se puede uno alimentar con un sandwich teniendo la oportunidad de hacer perder al resto del grupo un tiempo precioso apretándose un guisote de lentejas. Gajes de la edad...




Parroquia de Nuestra Señora de
la Asunción.
Fuenlabrada de los Montes
Este pueblo, arrimado a la sierra, cuenta con una iglesia cuyas puertas estaban abiertas, ya que unas mujeres trajinaban en el arreo de una procesión. Templo de porte pesado, con gruesos refuerzos y ese estilo rural mezcla de otros tantos, de su interior fueron trasladadas numerosas piezas a Herrera del Duque "en tiempos de la peste", en palabras de un lugareño, quien también nos comunicó, con cierta pena en su voz, que la fuente de ónice que hay en Herrera pertenecía a Fuenlabrada. "También se la llevaron cuando la peste, y ahí sigue, son cosas que se hacían antes, porque el pueblo se quedó vacío por la epidemia. A mí siempre me han gustado esas cosas de la historia, pero no tengo formación, aunque he visto cosas de mucho valor, como una huella enorme de un bicho que hay allí, en una cueva, en el monte. Llamé a la Junta, vinieron unos señores, y nada. De los tres dedos que tenía la huella, solo quedan dos. Aquí hay cosas muy importantes, ya lo creo que sí, pero a nadie le importa, lo mejor es que se queden como están”


Una calle de Herrera del Duque
De Fuenlabrada a Herrera del Duque, que pasa por ser capital de la Siberia, no hay muy mucha distancia. Pueblo grande y rico, de casas blasonadas con sus fachadas enjalbegadas y calles empedradas, está protegido desde el monte por una fortaleza impresionante. Tiene un precioso convento carmelita en ruinas y una iglesia con cubos similares a los que vimos en Talarrubias. Su plaza principal le da un aire a la de Zafra.






Talarrubias, Fuenlabrada de los Montes, Herrera del Duque… Y Siruela. Poco comparte este pueblo que los visitados hasta el momento. Quizá por la hora a la que llegamos, avanzada la tarde, presentaba una mayor actividad y animación. Son de destacar el convento de Santa Clara en una plaza recoleta donde venden repostería, el palacio de Fernán Núñez, la parroquia de Nuestra Señora de la Antigua en cuya nave habían montado un sencillo monumento con trece panes, la estatua de José Moreno Nieto o la casa de El Perulero, que albergaba una exposición de iconos. Delata la importancia que tuvo la localidad en su momento el hecho de contar con un hospital, del que se cree que formaba parte la casa del indiano.


Herrera del Duque.
En lo alto, una fortaleza que perteneció a la orden de Alcántara
De regreso al Pantano bordeamos Sancti Spiritus y Puebla de Alcocer, atravesamos Esparragosa de Lares, cruzamos los embalses para, a la altura de Cabeza del Buey, abandonada ya la Siberia, enfilar esa carretera recta y eterna como una noche en vela que se adentra en la Serena y nos lleva a casa.

El miércoles 4, con un cielo amenazador, volvimos a las andadas, con una idea tan ambiciosa como la frustrada dos días antes. En esta ocasión se trataba de alcanzar el Puente de Alcántara y, como el lunes, tuvimos que dejarla para otra ocasión. No obstante, fue una jornada provechosa.


El Tajo embalsado en Alcántara

Lateral de la iglesia de Nuestra Señora de la Antigua
Siruela
Una vez en la provincia de Cáceres, paramos a tomar un café en Valdemorales, un pueblecito que no tardó en encandilar a Itziar y, de rebote, a todos nosotros. Solo contaba con un bar, una farmacia y ¡una peña madridista!. Adentrándonos en la sierra, llegamos a Montánchez, cuna de jamones y embutidos ibéricos. Más castellano que extremeño, centro turístico de cierta importancia, cuenta con bastantes hoteles y casas rurales. Desgraciadamente, acusando la crisis, muchos de ellos estaban cerrados. Mientras comíamos prácticamente solos en un restaurante, el camarero nos preguntó, para cubrir el expediente, de dónde veníamos. Al decirle Carmen que parte de mi familia procedía de Montánchez, se mostró interesado. “El apellido Búrdalo vino de Valdemorales. Hay muchísimos, y casi todos eran guardias civiles”, concluyó, para nuestra sorpresa.

Iglesia de San Andrés, del siglo XVII.
Valdemorales, camino de Montánchez
Subiendo al castillo, nos encontramos con el cementerio que, curiosamente, estaba abierto. La necrópolis estaba excavada en la ladera del monte, con sus calles en tres bancales. El paisaje que se extiende desde el camposanto es, francamente, impresionante. En vano buscó Carmen alguna referencia a mis antepasados en las lápidas, porque, aparte del apellido, yo no recuerdo fechas ni nombres.

Sobre la puerta de acceso, un epitafio:

"Templo de la verdad es el que admiras
No desoigas la voz que te advierte
que todo es ilusión menos la muerte.
Mansión es esta de silencio y calma
Ve solo
Al hombre pecador aterra
Aquí vuelven los cuerpos a la tierra
y a nueva vida se despierta el alma"

Salimos de Montánchez pensando acercarnos al menos a Alcántara. Las nubes se oscurecían y cerraban por momentos a medida que nos aproximábamos a ese mar que es, aun a la mitad de su capacidad, el Tajo embalsado. Como los establecimientos cerrados en plena temporada alta, los enormes pilares abandonados que debían soportar la línea del AVE Madrid-Lisboa nos hablaban de esa tremenda crisis que nos paraliza.

Panorámica desde el cementerio de Montánchez
Por fin, se rompió el cielo en un tremendo aguacero que nos obligó a disminuir la velocidad hasta tomar el camino de vuelta en la Vía de la Plata.

Dejo para otra entrada en este blog las visitas que entre excursión y excursión, aprovechando los pocos momentos muertos que nos dejaron las actividades deportivas de nuestros hijos, hicimos a los restos de trincheras y fortificaciones, con Antonio Segura y Vicente Pelegrí.


Subir al coche y echar a rodar sin un destino fijo, sin plan previo en el que figure  la hora de salida y llegada, paradas a efectuar, cosas que ver, monumentos que visitar; comer donde nos den las dos, como decía mi padre, o cuando apriete el hambre, como siempre hacemos. Es como pasear y descubrir eso que tienes tan cerca y siempre dejas para otro momento.

sábado, 14 de abril de 2012

Entre el desarraigo y la deshumanización. "Las últimas banderas" (Ángel María de Lera, 1967)

"En lo más alto quedan siempre las banderas de la esperanza, madre. Son las últimas que nos quedan y ¿quién será capaz de abatirlas definitivamente?" (p. 318)



La edición de que dispongo es la 37ª, de 1982
Unas palabras que escribí inspiradas por una de las fotografías de Deschamps, ilustrativas de un artículo de Florentino Areneros sobre las obras de Eduardo Torroja, merecieron un largo comentario de Gerión, responsable de ese estupendo y ameno blog llamado Frente de batalla. La foto en cuestión representaba para mí esa amalgama de sensaciones encontradas, y como tales inefables, que impregnan el final de una lucha, de cualquier enfrentamiento donde todos han sufrido de lo lindo. En esas lineas dejé constancia de mi afán por levantar acta de algo tan intangible como los sentimientos que guiaban a unos y a otros en los momentos en que se anuncia la victoria o se teme la derrota. Sí, ya sé que es algo así como intentar llenar de agua un cesto de mimbre. Gerión, sin duda consciente de que semejante información difícilmente la podría proporcionar, de forma sistemática, la historia al uso, tal como hoy la conocemos, me facilitó un buen número de referencias literarias, casi todas desconocidas por mi.

La primera de ellas es la novela de Angel María de Lera (Baides [Guadalajara] 1912 - Madrid, 1984) Las últimas banderas, ganadora del Premio Planeta en su edición de 1967, título con el que se abre la serie Los años de la ira, al que seguirían Los que perdimos (1974), La noche sin riberas (1976) y, por último, Oscuro amanecer (1977).



Las últimas banderas expone, con un escrupuloso respeto a la cronología, y teniendo como eje la figura de Federico Olivares (claro trasunto del autor), Molina, Julio Cubas, Matilde..., las vivencias de unos personajes acorralados, atrapados en el Madrid de los últimos días de la guerra, desde la creación de la Junta de Casado y la reacción de los seguidores de Negrín, hasta poco después de la entrada de las tropas nacionales. Esta narración lineal se ve interrumpida ocasionalmente por varias interpolaciones que nos muestran cómo se fueron construyendo los protagonistas en varios escenarios y momentos: el comienzo de la guerra en un pueblecito de la costa de Cádiz, la conquista de Málaga y el consiguiente éxodo de la población, las luchas en torno a la capital de la República en el otoño-invierno de 1936...

Y por encima de todo ello, como un ave de mal agüero, el hambre ("Si la gente comiera, siquiera medianamente, terminarían la guerra nuestros nietos", p. 85) y el temor ("La verdad, es que lo que todo el mundo desea es terminar de una vez y volver a vivir normalmente. Unos lo dicen, pero todos lo piensan. La gente tiene, eso sí, un miedo cerval al desenlace", p. 86)

Desarraigo y resignación

Superados por los acontecimientos, los hombres y mujeres que pululan por la novela son como los habitantes de esa casa de la película de Buñuel El ángel exterminador, incapaces de cruzar el umbral de una puerta abierta de par en par, encaminándose sin saberlo hacia la propia destrucción. Hablan del pasado, de reanudar sus actividades, volviendo a ser dueños de sus vidas, pero no hacen nada para poner en práctica dichos planes. Se resignan. Desarraigados, trasplantados por los efectos de la guerra a una tierra que no es la suya y con la que parece que no han estrechado vínculos, ponen sus miras en una América un tanto idealizada "que les esperaba y donde, en su opinión, el trabajo valía más que nada y la libertad era, para los hombres, como el aire para los pájaros " (p. 173), tras comprobar cómo las potencias europeas han dado la espalda a un Gobierno por cuya supervivencia tanto han luchado

Deshumanización y embrutecimiento

Angel Mª de Lera (1912-1984)
Los comentarios y opiniones vertidos por Federico, Julio Cubas, Molina y los miembros del comité que se reúne en la C/ Fortuny hacen sospechar su pertenencia a alguna agrupación de tipo anarquista. Apuntan también a esta adscripción  sus críticas a los republicanos burgueses: "Eran comerciantes o profesionales acomodados. Hombres de casino republicano y de logia. Pequeños burgueses con hijos radicalizados políticamente, en uno u otro sentido, a su paso por la Universidad. De costumbres morigeradas, cuya ideología seguía alimentándose del !escuela y despensa! de Costa, de los discursos de Castelar y de los recuerdos cantonales de la primera República. Seres cómodos también, amigos de las plácidas discusiones de café sobre política, toros o mujeres" (p. 50-51). Los comunistas de Negrín: "- ... más vale morir de pie que vivir de rodillas. - Sí, eso dijo la Pasionaria. Pero ¿dónde está ahora? - Ella estará donde el partido le haya ordenado que esté, no lo dudes....- Ni  España es Rusia, ni el año 39 es igual que el año 19. Aquí no habéis luchado solos los comunistas. Aquí hemos luchado todos los partidos y organizaciones de izquierda, incluso muchos indiferentes y hasta adversarios en principio que luego se unieron con nosotros. Por consiguiente, lo verdaderamente democrático hubiera sido consultar a todas las fracciones antes de tomar una determinación. ¿Que se acordaba resistir? !Pues a resistir!" (p. 190-191).

O el escaso entusiasmo que despierta en ellos la creación de la Junta de Casado, así como su profesión de fe revolucionaria. Se consideran menos guerreros que revolucionarios,

"- Me olvidé de que soy un revolucionario... Nunca fui un guerrero, pero siempre he sido un revolucionario... " (p. 310)

y tan antifascistas o más que el resto, aunque dudan del fascismo de los que tienen enfrente

"...¿dónde está el fascismo español? Hay algún grupito, como tú sabes, pero nada. En España no hay fascismo, como tampoco hay comunistas. No. Sólo hay derechas enfrente. ¿Y qué pueden pretender las derechas? Pues la vuelta al principio, es decir, a como estaban las cosas antes de la venida de la República." (p. 58)

Es curiosa la evolución que experimenta la figura del enemigo a lo largo de la obra. El elenco de protagonistas está ocupado exclusivamente por izquierdistas; son los únicos que gozan de una personalidad definida, expresan opiniones y sentimientos, poseen voz y peso específico, con todos sus matices, luces, sombras y recovecos.

Por contra, el adversario, que cuando adquiere personalidad literaria se trata de un mero esbozo, un arquetipo, es como una música de fondo que está allí, pero solo entra en escena en los últimos momentos de la novela, en esas horas finales, como de ensueño.

Así en las interpolaciones, que se situan en en las primeras semanas de la guerra, días de confusión y represión, del avance de las columnas, el enemigo es un ser deshumanizado, una sombra que actúa pero no se ve, como ese animal que acecha, cuya presencia se percibe pero no así sus intenciones.

Esta apariencia cambia de forma radical en el presente de la novela, cuando comienza a adivinarse cierta empatía entre los bandos en liza y se especula de forma gratuíta sobre los planes del vencedor:

"La gente quiere la paz, compañeros, aunque les cueste mucho, con tal de salvar la vida. Y estoy seguro también que la del otro lado de las trincheras piensa lo mismo. El pueblo de aquella parte está también harto de discursos, de sangre y de miedo. Que van ganado, ¿y qué? Porque ¿quiénes son los que ganan? Unos pocos. Y los que pierden, sea cual sea el resultado final, son todos los demás, todo el pueblo, el de aquí y el de allá..." (p. 86)

"Si nos plantásemos, todavía habría mucho que hablar... ¿y qué necesidad tiene el vencedor de complicarse la vida a última hora, eh? A enemigo que huye, puente de plata, ¿no es eso? Pues en eso consiste todo: en que nos dé tiempo para marcharnos los que queramos irnos, que vamos a ser muchos, pero en buenas condiciones y no como se hizo la evacuación de Cataluña. !Menudo quebradero de cabeza que le quitamos con desaparecer de aquí! ¿Qué iba a hacer con nosotros? ¿Fusilarnos? Somos muchos. ¿Meternos en la cárcel? Pues no iba a necesitar cárceles ni nada...  Además, tendría que darnos de comer, aunque fuera poco" (p. 172)

La tercera y última fisonomía que adopta el vencedor, viene acompañada de la sorpresa que provoca en Federico el descubrir que Matilde perteneció siempre a la quinta columna. Ahí empieza el derrumbe del protagonista, su paulatino abandono de toda esperanza, de cualquier salida. La actitud de uno de los compañeros falangistas de su novia le abre definitivamente los ojos a la realidad:

 "- Como has estado en contacto con los rojos tanto tiempo, sabrás algunos nombres y direcciones. Nos ahorrarías luego mucho trabajo... Sí, camarada. Nombres y direcciones de los que hayan cometido fechorías...
La ira se le amontonó en la garganta a Olivares.. 
(Y ese chaval no me gusta. Tiene los ojos de fanático. Tan joven y ya odiando de esa manera... Claro, a lo mejor tiene motivos personales para ello... !Ha sembrado tanto odio esta guerra! Todo el país está podrido de odio: el aire, la tierra, las gentes... Como no sea que la Iglesia nos eche una mano... ¿Pero será capaz de defendernos y de pedir piedad para los vencidos?)" (p. 314-316)

Ya es un enemigo en el que no caben los principios porque está por completo despersonalizado; y se ve cómo menudean los emboscados, se practica el chaqueterismo antes incluso de que finalice la guerra, cómo todos, el que más y el que menos, arriman su sardina al fuego del ganador

Reflexiones después de la batalla

Mientras Julio Cubas y su amiga intentan una huída desesperada, muy cinematográfica, y Molina se aferra a un infundado optimismo antropológico ("Sigo creyendo, y te lo digo en serio, que no habrá represalias. Vamos, no me cabe en la cabeza" p. 369), Federico se desconecta de todo, entre la resignación y la anticipación de un exilio interior, simbolizado en el hecho de enfrascarse en la lectura de la Historia de Roma de Theodor Momssen, concretamente los episodios relativos a las guerras civiles. En una recreación cervantina, Molina arroja al fuego los libros de Marx, Engels, Sorel, Bujarin... que tenía en su poder ("Siempre me toca quemar papeles y libros después de cada fracaso... Y no creas que es fácil. Parece al pronto que el papel arde fácilmente. Pues no es así...¿Será por las ideas que lleva dentro?", p. 366). Junto él, en la cocina familiar, Federico desgrana las razones que han podido llevarles a la derrota, como las disensiones entre las facciones republicanas ("Nunca hubo en nuestro campo unanimidad de criterio"), la actitud de las potencias extranjeras ("se internacionalizó [la guerra] y eso fue lo peor que pudo ocurrirnos...el principal [enemigo] ha sido Inglaterra, por encima de Alemania e Italia") o las características del adversario:

"En la otra zona estaban los hombres experimentados, los que van a lo práctico; y, en la nuestra, los ideólogos... Aquí, ni Franco hubiera podido hacer la unificación. Y aunque hubiéramos ganado la guerra, ¿qué? A saber lo que hubiéramos hecho después. Yo creo que hubiera pasado lo mismo que con la República, que entre todos la mataron y ella sola se murió" (p. 367)

Y otro motivo, en mi opinión, el más significativo:

"- Hemos pasado revista a alguna de las causas de nuestra derrota, pero algún día tendrá que hablarse de las conductas. Porque ¿qué me dices de aquellos célebres escritores e intelectuales que trajeron la República y que fueron nuestros maestros? Ellos nos lanzaron (hablo de los estudiantes de mi generación) a la lucha por una  España nueva, y luego, a la hora de la verdad, se pusieron al margen y nos dejaron en la estacada. !Qué faena! ¿Qué se creían ellos que iba a pasar cuando el pueblo jugara el papel que ellos le habían escrito? Yo no sé qué pensaron. Tal vez que el drama político y social de España podría ventilarse como un acto académico, ¿no? Pero ¿no habían denunciado ellos el hambre y el atraso de nuestras gentes? ¿Es que luego, con decir que aquello no era lo deseado y hacer frases se puede uno retirar por el foro mientras los españoles se despedazan? !Qué asco!" (p. 368)