miércoles, 28 de marzo de 2012

Olvido sobre el olvido. El valle del Guadalefra y una trinchera solitaria sobre el Zújar

Una vista del valle que riega el Guadalefra tomada desde el búnker
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"Todo el valle de la Serena es un impresionante escalonamiento de fortificaciones rojas. Kilómetros y kilómetros de alambradas, toneladas de hierro y de cemento, refugios perfeccionadísimos, nidos de ametralladoras, chabolas confortables; hasta el lujo de caminos cubiertos por los que transitaban inpunemente [sic] y con toda comodidad los mulos que habían de aprovisionar las primeras líneas de trincheras"
Enrique de Angulo. Cómo luchan nuestras tropas en Extremadura. "ABC" Edición de Sevilla. 14 de agosto de 1938



Otra toma desde el búnker. Al fondo se puede ver Castuera  (Pinchar en la foto  para ampliar la imagen)


El sábado 17 de marzo decidimos reanudar la visita infructuosa que hicimos en Año Nuevo a los restos de la guerra en el valle del Guadalefra con mi amigo Antonio y Cía.. En estos tres meses tuve tiempo para documentarme, gracias a las noticias recogidas en las obras de Martínez Bande, la monumental de Ramón Salas Larrazábal y los artículos de Juan Miguel Campanario, a algún folleto turístico de asociaciones locales surgidas al abrigo de la memoria histórica y, sobre todo, a las magníficas fotografías aparecidas en el blog de Manuel Gallardo.

Así que, después de comer y de la preceptiva siesta de los pequeños, cogimos la furgo y enfilamos una ruta distinta de la que nos falló aquel 1 de enero. Llegamos a Castuera, tomamos la carretera en dirección a Villanueva de la Serena y, a los quince kilómetros, aterrizamos en Campanario. Aquí, mi falta de previsión y de orientación me jugaron una mala pasada, pues no fui capaz de localizar el famoso búnker, los dos puentes y el racimo de trincheras que componen el escenario bélico del lugar. Mea culpa.

Desde que llegamos a la gasolinera, y a raíz del desconocimiento que mostraban aquellos a quienes me dirigí, comenzamos a interrogar a todo aquel que se cruzaba por nuestro camino, pero ninguno sabía de lo que estábamos hablando.
- Sí, hombre. Se trata de un búnker destruído, el puente de Tablillas, también en ruinas, que cruza el Guadalefra, otro puente más y un montón de trincheras. Lo hemos visto en fotos y seguro que está por aquí.
- Ah, sí - contestaban. Ahí abajo hay una finca que se llama Tablillas, pero el puente sobre el Gualefra es nuevo. De ese búnker, no sé nada, aunque sí hay muchas trincheras donde la ermita de Piedra Escrita. ¿La conocen?
- Si, si... pero no es ahí - Corté tajante
- El caso es que aquí hubo muchos tiros, en un lado estaban los rojos  y enfrente los de Franco. Dicen que fue terrible
- Ya, ya sé..  Bueno, pues muchas gracias, de todas formas.

La impaciencia de los niños y la proximidad de la noche, además de un conato de frustración que temía fuese en aumento (!una tarde perdida!), me empujaron, como siempre, a optar por la alternativa más fácil, que no siempre es la mejor. Atravesamos el pueblo y nos encaminamos, otra vez, a la ermita de Piedra Escrita. En el trayecto, nos tropezábamos con pequeños grupos de hombres y mujeres que regresaban a sus casas después de esas largas y casi interminables caminatas que acostumbran a darse en los pueblos, a quienes parábamos y de los que solo obteníamos sorpresa y extrañeza como única respuesta. La carretera desciende dibujando varias revueltas hasta desembocar en el pequeño valle que ya conocíamos, presidido por una elevación sobre la que se levanta la ermita. Allí nos encontramos a Rocío y a su padre. Paramos el coche, bajaron los niños a dar unos tumbos y volvimos a preguntar.

Itziar, Sara y Alejandro la mañana del 18 de marzo sacando sus
propias conclusiones. Nota curiosa: una aplicación del iPod de Itziar, Detector de fantasmas, les hizo pasar un buen rato localizando campos electromagnéticos.
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Les conté de nuevo lo que sabía, lo que había visto en el blog de Manuel Gallardo, aunque no lograba recordar su nombre de pila.
- Sé que se apellida Gallardo, es un chico joven que tiene un blog...
- Gallardo, aquí, somos casi todos. Yo también me llamo Gallardo- sonrió Rocío.
Nada. Por lo visto, había un puente, pero una crecida del río se lo llevó por delante, así como a un montón de ovejas, fue una auténtica catástrofe. El que hay ahora es nuevo, no tendrá más de 30 años.
- Trincheras hay muchas, ahí enfrente. Pero ya casi es de noche. Si venís mañana... Quien sí puede informaros es el Gitano Cabal, que ha vivido toda su vida aquí abajo. Porque yo me fui a Madrid hace 30 años, a Getafe, y nunca he oído lo del búnker, tampoco lo del puente.. Pero mira - continuó el padre de Rocío, apuntando a la carretera por la que descendía un coche - Por ahí viene mi mujer. A lo mejor ella sabe algo, seguro.

Aspecto de la trinchera junto al Zújar.
Se aprecian los refuerzos en sus bordes y
las pizarras que la cobijan
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Tampoco. Su mujer desgranó los nombres de algunas personas que podían estar enteradas del asunto, aunque en esos momentos se encontraban todos no sé si en Puebla de Alcocer o en Cabeza del Buey, asistiendo a unas conferencias sobre la Constitución de 1812 y el papel de destacados extremeños en la redacción de la misma.

- Un hombre nos dijo que del barrio de la Ermita salía una pista que llegaba al río - intenté retomar mi tema.
- Mira, si queréis, subís con nosotros y os presentamos al Gitano Cabal. Ha vivido casi siempre en una finca de por aquí, al lado del Gualefra. Él os puede informar mejor que nadie. Yo sé que ahí enfrente, y allí, y allí detrás -  señaló con el brazo extendido al otro lado de la ermita  - hay muchísimas trincheras, aunque yo me fui a Getafe hace más de 30 años y nunca las he visto.

De nuevo, Sara, Alejandro e Itziar jugándose la vida
entre los dientes de perro


- Ya, ya.. pero es un poco tarde- protesté tímidamente.

Poco apoco se ocultaba el sol detrás de las colinas desarrollándose uno de esos lentos y espectaculares atardeceres que inundan de color el enorme y limpio cielo extremeño.
Rocío intentaba, sin éxito, hablar por el móvil. Imposible. No había cobertura en el valle.

- Mejor lo intentamos mañana, con más tiempo- dije, rindiéndome a la evidencia.

Carmen y Rocío se intercambiaron los números de teléfono con el objeto de transmitirse la información que pudieran recabar sobre los restos. Subimos al coche y los seguimos hasta el pueblo, deteniéndonos en el barrio de La  Ermita.
Emblema de la 14 Compañía de Zapadores
en una almena del búnker de Campanario
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-Esa pista llega hasta el río, como no sea esa... yo ya no os puedo ayudar más.. Aunque... espera un momento.

Carmen perseguía a Sara y Alejandro que no entendían lo que estaba ocurriendo y preferían corretear por la calle sin ver el peligro de los coches. Rocío me pasó el teléfono y me puso al habla con un amigo suyo que me podía informar, aunque solo supo contarme lo de los bunkers, ya conocidos, de Castuera y Benquerencia. Regresamos a casa preguntándonos cómo era posible que nadie conociera esos restos que difícilmente podían pasar desapercibidos..


Esquema de las distintes etapas de la reconquista republicana de este sector de la bolsa. Se ve la función
de frontera que juegan los ríos Zújar y Guadalefra. Mapa tomado de la obra dirigida por José Manuel Martínez Bande "La batalla de Pozoblanco y el cierre de la Bolsa de Mérida"(1981)
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Lo cierto es que los mismos hechos que motivaron su construcción pasaron sin pena ni gloria por los anales de nuestra historia militar. Todas las obras clásicas dedicadas al estudio de la contienda han pasado por alto, como de puntillas, por estos episodios, despachando los mismos, en el mejor de los casos, en un par de párrafos.

Curiosamente, todas las batallas o iniciativas que tuvieron lugar en Extremadura, se vieron enseguida eclipsadas por otras de mayor renombre. Así, el último gran choque de fuerzas que se dio en la guerra, la batalla de Valsequillo iniciada el cinco de enero de 1939, se vio silenciada, como veremos en otra entrada a este blog, por la campaña de Cataluña.

El Cierre de la Bolsa de La Serena o de Mérida tuvo lugar el mes de julio de 1938 y fue un conjunto de operaciones acariciado por Franco desde que cundiera el temor de que dicho entrante del territorio republicano en la zona nacional amenzara con romper en dos la parte dominada por su ejército, impidiendo la comunicación Norte-Sur por carretera y ferrocarril, y con el riesgo de que el ejército de Negrín alcanzara la frontera protuguesa dificultando el transporte de materiales y efectivos, aunque este podía continuar,  eso sí, ralentizado, atravesando el pais vecino. Desde el 20 de julio, fecha en que se rompe el frente, hasta el 24, en que las tropas de Saliquet, procedentes del Norte, se encuentran en Campanario con las que dirigía Queipo de Llano desde el Sur, se produce un avance realmente espectacular, tomando importantes núcleos de población (Don Benito, Villanueva, Castuera, Campanario, las Orellanas...), habitado por unas 400.000 almas, y de una riqueza agrícola y ganadera no desdeñable. No en vano aquella región era conocida como el granero de la República.

Las ganancias obtenidas esos cuatro días de julio y los avances alcanzados por las tropas de Franco, se vieron mermadas y detenidos bruscamente cuando, el 25 de julio, el ejército republicano cruzó el Ebro dando comienzo la batalla más larga y cruenta de la guerra: la del Ebro. El desplazamiento de tropas desde Extremadura hasta Aragón, provocó que las conquistas recientes quedaran desguarnecidas, facilitando el contraataque gubernamental que tendría lugar entre el 9 y el 31 de agosto, y la consiguiente pérdida de parte del territorio obtenido.


Búnker de Campanario
En el contexto de esta contraofensiva se localizan, entre otras, las fortificaciones nacionales de las que ya hemos hablado (Castuera y Zújar) y esta de Campanario. Ocupar, fortificar y vigilar una bolsa enemiga muy inestable en virtud de la rápida respuesta republicana, que desalojó entre el 23 y el 29 de agosto a la XX División nacional . La zona que nos interesa ahora, limitada al oeste por el río Guadalefra, al norte por el Zújar, al sur por una línea incierta más o menos paralela a la vía que une Campanario con Castuera, y al este por la carretera, desde su kilómetro 6 (posición Miraflores), que va de Castuera a la Puebla de Alcocer, es la que ocupó en su momento la División derrotada. Frente doblemente olvidado dentro del olvido general que cubre, como una niebla espesa, las operaciones militares que tuvieron lugar en la provincia de Badajoz..

A menudo me pregunto por qué me interesa tanto este episodio de nuestra reciente historia, teniendo más a mano otras batallas y campañas como la de Brunete, Madrid o el Jarama... que dan mucho juego y cuentan con una literatura más que suficiente para conocer el día a día de los combates. Superada o satisfecha por puro hartazgo la curiosidad que despertaba en mí toda la historia de la represión que llevaron a cabo unos y otros por estos pueblos, unido al simbolismo tan vinculado a la región y personificado en el Pascual Duarte de Cela, Jarrapellejos, las hermanas Izquierdo (Puerto Hurraco) o los tipos de Los Santos inocentes de Delibes, comencé no hace mucho a planteame una serie de cuestiones que intento dar respuesta aquí y en lo sucesivo.

Puente de Zangarrón
Número del periódico "El frente", que se conserva digitalizado en la Hemeroteca Municipal de Madrid, da noticia del intenso bombardeo aéreo que sufrieron las tropas nacionales en Campanario el 28 de agosto de 1938 (Pinchar en la foto para ampliar la imagen)

La mañana del domingo 18, por fin dimos con el búnker. Como bien indicaba Manuel Gallardo, tomando la pista que parte del barrio de la Ermita, se llega al puente del Zangarrón. Esta pista, ¿sería construída por los ingenieros del ejército nacional? Este pequeño puente, que engaña bastante en la foto, es el primer hito en el camino, que salva un arroyuelo prácticamente insignificante, pero suficiente para entorpecer el transporte de materiales desde Campanario hasta el frente, situado un par de kilómetros más abajo. Siguiendo la carretera, y cruzando las puertas de una finca que, afortunadamente, estaban abiertas, nos encontramos a la derecha con los resos de un búnker, precedidos por un panel indicativo.

Es una fortificación de considerables dimensiones, de la que se conservan los muros de hormigón armado reforzados seguramente con planchas metálicas y con ese característico perfil acanalado que ya vimos en otros ejemplares, y los restos de un solado bastante rudimentario. Si lo comparamos con el ejemplar del Zújar, en perfecto estado de conservación, cabe preguntarse cómo ha llegado a ese estado de deterioro. ¿Es probable que fueran reutilizados sus materiales una vez acabada la guerra? ¿Se trataría de una fortificación inconclusa a causa de la proximidad de unas líneas enemigas muy activas?  En el periódico El Frente, publicación más o menos regular que se editaba en Almadén y se repartía entre los soldados que luchaban en Extremadura encuadrados en las filas republicanas, leemos una noticia interesante. El 28 de agosto, en plena eliminación de la XX División, una veintena de aviones republicanos destruyeron una concentración de tropas nacionales en... Campanario. Sea como fuere, lo cierto es que este búnker dominaba un complejo de  trincheras enemigas a muy poca distancia. De ser cierta dicha destrucción, Campanario no habría tardado en volver a pasar a manos republicanas, cosa que nunca ocurrió, aunque sí es cierto que, al igual que Castuera, fue un objetivo muy codiciado por el Gobierno en los meses siguientes a su pérdida, ya que constituían ambos dos importantes nudos de comunicaciones y está constatado por otras fuentes que sufrieron varios bombardeos. ¿Se trataría de una exageración más, como tantas que vertía la prensa de ambos bandos para animar a sus seguidores y desconcertar al enemigo? Lo que no llegamos a ver fue el puente de Tablillas que se encontraba un poco más abajo y que debe ser muy similar al del Zújar, también ubicado junto al bunker nacional. Pero... ¿qué unirían dichos puentes? Otra incógnita por resolver.


¿Qué verían los soldados nacionales desde esta tronera? Kilómetros y kilómetros de alambradas y trincheras, según el periodista del "ABC" (Pinchar la foto para ampliar la imagen)


En la actualidad, la panorámica que se contempla desde la fortificación no puede ser más desoladora y lunar. Cuesta trabajo creer que un terreno yermo y estepario, como el que podemos ver hoy, motivara un enfrentamiento de semejantes características. Se baraja una cifra próxima a seis mil bajas como balance final de pérdidas humanas durante las operaciones, es decir, no hablamos de algaradas o simples encontronazos ni siquiera de rectificaciones de líneas. Tomada la fotografía este 18 de marzo, se aprecia un campo agostado, cubierto por ralas briznas de hierba y algún que otro lirio incipiente aquí y allá, productos de esta extraña primavera que padecemos. Más propio de finales de junio que de abril, provoca cierto estremecimiento imaginarse estos campos el mes de agosto. Varios autores coinciden en señalar que durante las operaciones del cierre de la bolsa se alcanzaron unas temperaturas de más de 45 grados centígrados, lo que unido a las tolvaneras y a los incendios provocados por la artillería debieron convertir la vida de los soldados en un auténtico infierno. Esas tropas aisladas, embolsadas, incomunicadas o con un abastecimiento bastante precario, ya que sus líneas de avituallamiento debieron estar constantemente batidas, serían fácil presa del pánico y el desaliento, provocando entregas y deserciones masivas.


De espaldas al Zújar, en lo que hemos llamado observatorio  de la trinchera, vemos que las zanjas continúan. Si siguiéramos su curso, seguramente nos encontraríamos con el complejo que se enfrentaba al búnker de Campanario (Pinchar la foto para ampliar la imagen)
  
Desde la trinchera de la que vamos a hablar se ve, en dirección este y en primer término, el canal del Zújar, la carretera de servicio y el río. En segundo plano, el cerro del estribo, el muro y el embalse, en cuyas orillas se suelen localizar restos de la batalla. Al fondo, Puebla de Alcocer. En 1938 no existían ni el canal, ni el embalse ni la masa de árboles de la derecha (Pinchar la foto para ampliar la imagen)
.
Continuando con el itinerario guerracivilero, y aprovechando el puente que disfrutábamos los madrileños, por la tarde nos acercamos a una de tantas trincheras que hay en las proximidades del Zújar. Yo ya la había visitado estas navidades, con nuestro amigo J. Antonio, pero Carmen no pudo venir en aquella ocasión,  así que, con la excusa de recoger encendeura, esto es: piñas y ramas chicas para encender la chimenea, y siempre acompañados por Alejandro y Sara, todavía incapaces de oponer resistencia a participar en este tipo de iniciativas (no así Itziar que, con amables excusas, comienza a librarse de estos saraos), trepamos por el monte hasta coronar una colina desde la que se podía obtener una panorámica privilegiada de ese tramo del río.


Un tramo de la trinchera del Zújar. Se aprecian los bordes reforzados de la zanja y las pizarras que servirían, imagino, de abrigo y refugio a los soldados republicanos (Pinchar la foto para ampliar la imagen)


  A derecha e izquierda se extiende un terreno suavemente ondulado, surcado de arroyos que vierten sus aguas en el Zújar, donde predominan los pastos, el arbolado apenas existe y el silencio, horadado de vez en cuando por las esquilas del ganado, lo domina todo.

Panorámica a la izquierda, o al oeste, de la trinchera. Siguiendo la orilla del río, llegaríamos al búnker del Zújar. (Pinchar la foto para ampliar la imagen)


A unos tres kilómetros, por la carretera que parte del pie de presa, saltando un par de alambradas, ascendimos unos 300 metros hasta llegar a lo que debió ser una de las líneas que quedaron en el interior de la bolsa. Se aprecian perfectamente los surcos excavados alrededor de una pequeña explanada que debía servir de observatorio. En algunos tramos, los bordes de estos surcos están reforzados por piedras, cuya perfecta alineación confirma que se trata de una obra del hombre, no un capricho geológico o simples torrenteras. La disposición característica de las pizarras a manera de dientes de perro sobre un sector de la trinchera supongo que facilitaría, por un lado, la protección de un sol inclemente mediante lonas que, a su vez, camuflarían gran parte del dispositivo haciéndole prácticamente invisible a la aviación enemiga. En la orilla derecha del Zújar se situarían las avanzadas nacionales que alcanzarían esas posiciones tras conquistar Orellana durante la campaña del cierre de la bolsa. Por lo tanto, no se debía tratar de una posición bastante cómoda, aunque el campo de visión era realmente extraordinario.

Con la lenta y dudosa luz del final de la tarde, dejamos atrás la trinchera y el páramo que la rodeaba, impresionados por pisar el mismo suelo que hollaron hace más de setenta años unos hombres, quizás apenas niños que protagonizaron un episodio de nuestra historia hoy injustamente olvidado. Quedan pendientes muchos asuntos que tratar y fuentes que consultar que probablemente arrojen un poco más de luz. Pido perdón por los errores que seguramente haya cometido al describir los hechos y agradecería todos los comentarios y puntualizaciones que el lector estime oportunas para esclarecerlos.


Más trinchera
Alrededor de la explanada

Otro sector de la misma trinchera

viernes, 23 de marzo de 2012

Luis S. Granjel (Segura [Guipúzcoa], 1920). La pasión por el trabajo

El martes pasado no pudo disimular su enojo. Mientras le exponíamos Araceli y yo el proyecto que poco después iba a ser presentado a la Junta Directiva de la Academia, aumentaba su inquietud, su disgusto al sospechar que el trabajo de descripción archivística se vería interrumpido indefinidamente. De poco sirvieron nuestras protestas y explicaciones. A pocos meses de dejar su cargo de Académico Bibliotecario, confirmaba uno de sus grandes temores: el catálogo del Archivo no vería la luz antes de 2012.

La elaboración de la Historia de la Real Academia Nacional de Medicina (2006) le puso en contacto con la documentación recogida en su archivo, así como con la casi total ausencia de instrumentos de descripción capaces de recuperar de forma satisfactoria la información contenida en el mismo. Este hombre metódico, con una enorme capacidad de trabajo, que siente como una obligación moral inherente al cargo que desempeña dejar un testimonio fehaciente de su paso por el mismo, apoyó sin reservas mi propuesta de encargarme de la catalogación, bajo su directa supervisión, de los más de dos centenares de legajos y otros materiales que daban fe de la andadura de la Real Academia Nacional de Medicina desde su fundación allá por 1733.


La confianza que Luis S. Granjel depositó en mí, traducida en el reconocimiento remunerado de un trabajo intelectual justo en el momento en el que esperábamos la llegada de nuestro segundo hijo, justifica estas líneas de homenaje y sincero agradecimiento.

Tomo V y último de su Historia general de la
medicina española (1985), que cubre desde
principios del s. XIX hasta 1936
Hoy lamento no haber registrado todas las conversaciones celebradas con el Profesor, esa ventana abierta a la historia de España de los últimos setenta años. Un simple estímulo, un comentario al hilo de, eran/son suficientes para provocar una lección magistral. Al principio, esas lecciones se limitaban a eso, casi a discursos, a emocionadas peroratas que no daban opción a intervención alguna. Con el tiempo, el monólogo fue dando paso a un diálogo, que daba pie a saltar de un tema a otro, de una época a otra, hilvanando datos, anécdotas y curiosidades capaces por si solas de completar un volumen de historia vivida. En más de una ocasión le sugerí la empresa, pero él se ha negado de forma sistemática a escribir sobre el presente, sobre la actualidad que comienza con la guerra civil.
Lo repito. Me arrepiento enormemente de no haber anotado, a modo de periodista, el resumen de todas las charlas mantenidas con Granjel, que recordaba  la figura de Unamuno paseando por las calles de Salamanca, o la amistad entablada años después con Pío Baroja, del cual siempre llevaba consigo una novela para leer en el tren, o del comentario que corría por las tertulias que regentaba Antonio Tovar acerca de Carmen Martín Gaite y las "cosas raras" que escribía a raíz del tifus que padeció... Entre ambos momentos, la guerra civil que se llevó por delante a un hermano suyo, y a él mismo a las proximidades del frente de Madrid, en Pozuelo; y a punto estuvo de participar en la última gran batalla de la contienda que se desarrolló al sur de la provincia de Badajoz a principios de 1939, de no ser por una enfermedad que le devolvió a Salamanca...

Publicada en 2008, dedicada por el autor a la
Real Sociedad Bascongada de Amigos
del País, donde ingresó en 1982
Historiador de vocación, su carrera médica, orientada hacia la psiquiatría, se vería afortunadamente truncada durante los cursos de doctorado a principios de los cuarenta, tras un encontronazo con Vallejo Nájera, factótum por aquel entonces de la disciplina en España. Una de las asignaturas la impartía Marañón, que acudía a la Facultad en un coche de la embajada británica, ya que su situación, nada más regresar del exilio, no debía estar muy clara. De Marañón escribiría la primera y una de las mejores biografías en 1960, que publicaría Gredos, la prestigiosa editorial donde conoció a Torrente Ballester, que también tramitaba la edición de su famoso manual de literatura...

El camino hacia la simbiosis entre la medicina y la historia se lo abrió Laín Entralgo cuando, al ver cerradas las puertas de la psiquiatría, le aconsejó, casi le hizo el encargo de dedicarse al estudio de la historia de la medicina española, campo que desde que fuera trillado, a principios del siglo XIX, por Villalba, Chinchilla y Hernández Morejón, había permanecido inculto e intransitado. Y se puso a la tarea con el mismo ahínco que aún hoy, a sus 92 años y con las limitaciones que la edad impone a la vida, imprime a los trabajos que emprende, e impresiona a propios y extraños.

Es la laborterapia de que habla mi amigo Juan Casco Solís, único salvavidas al que aferrarse si las desgracias familiares o la enfermedad hacen estragos en uno. Del marasmo que le produjo la muerte de su mujer y de un hijo muy joven, consiquió salir redoblando los esfuerzos invertidos en el trabajo cuando, una vez jubilado o próximo a retirarse, alejado de las aulas, se podía permitir el lujo de practicar el ocio.



Trabajo y rutina. El 12 de marzo de 2003, hace ahora nueve años, ingresa en la Academia de Medicina. Tiene 83 años, lo que no le impide viajar todos los martes a Madrid. Obligado a participar en la vida de la Academia, presenta comunicaciones, interviene activamente en las conferencias de su especialidad. Pasa la noche en un hotel de la Cuesta de Santo Domingo y los miércoles por la mañana trabaja en la Biblioteca, para regresar a Salamanca, en tren, al mediodía. Aunque, en su opinión, el café que sirven en Madrid es muy malo y los colchones de los hoteles habría que tirarlos a la basura, persiste en sus viajes semanales, hasta que un par de caídas, y el lógico temor de sus hijos a que sufra un accidente más grave, le sugieren espaciar sus venidas a Madrid. Algún que otro achaque le mantuvo en la inactividad durante cierto tiempo. Por teléfono me transmitía su contrariedad, y se podía adivinar un conato de depresión. Las molestias en la espalda y en las piernas le dieron como compañero un bastón del que ya no se desprende.


Cuando todo estaba por hacer...
No hace mucho, me transmitió un plan de trabajo personal que abarcaba la friolera de tres años, en los que tenía que ventilar todo el material acumulado en cajas y carpetas, entre el cual se encontraba el relativo a una inconclusa historia de la vejez. Pero no debe extrañarnos. Con un tesón a prueba de bombas, levantó ex nihilo  todo un centro de investigación de historia de la medicina, el Seminario de Historia de la Medicina Española, vinculado a la Universidad, en el palacio salmantino de Fonseca, reuniendo un gran número de ejemplares microfilmados de los títulos más significativos de la medicina clásica hispana, sobre los que puso a trabajar a un nutrido grupo de investigadores, a partir de una guía, una especie de catecismo que publicó en 1961: Estudio histórico de la medicina. Lecciones de metodología aplicadas a la historia de la medicina española. Allí debió concebir el ambicioso plan editorial que dio a luz múltiples publicaciones monográficas, tanto propias como de sus alumnos, y una de las revistas más interesantes de su campo: Cuadernos de Historia de la medicina española (1962-1975), donde se podía leer a todos los que tenían que decir algo en la materia: Diego Gracia Guillén, Agustín Albarracín Teulón, Antonio Carreras Panchón, Juan Riera, José Danon, Linage Conde, José María López Piñero, Rafael Sancho de San Román, José R. García-Talavera, Juan Luis Carrillo, Luis García Ballester..., unos, tristemente desaparecidos, otros, aun en activo, todos ellos creadores de escuela en los departamentos de historia de la ciencia de las diferentes universidades o en el Instituto de Hstoria del CSIC.
Luis S. Granjel siempre ha supervisado  muy de cerca  la
edición de sus trabajos, sobre todo los aspectos tipográficos
Resulta asombroso (y envidiable) su afán de independencia, de "no molestar a nadie", como él dice. Pasea todas las mañanas antes de que las calles de su ciudad se llenen de turistas y de universitarios. Lee y trabaja hasta que se le cansa la vista. Y protesta. Protesta porque ya no tiene la misma energía que años atrás. Puede parecer huraño, un tanto misántropo al expresar su indiferencia hacia todo lo que no le interesa personalmente. Pero casi un siglo de vida te da derecho a eso y mucho más.



Su penúltimo proyecto de recuperación
de los clásicos españoles. La modesta pero elegante
edición facsímil de la obra del médico español
Martín Martínez (1684-1734)


Últimamente bromea con los cambios que aprecia a su alrededor. Injustamente amortizado, no se recata a la hora de ironizar sobre el rumbo que adoptan aquellas instituciones por las que tanto ha luchado durante años. Asomado a la atalaya levantada por la edad, la experiencia y el aval de un trabajo concienzudo, puede discernir lo permanente de lo efímero, lo consistente de lo frágil y endeble, virtud esta que no le es dada a todo el mundo.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Principio y fin. "El colapso de la República" (Stanley G. Payne, 2005) y "Los cien últimos días de la República" (José Manuel Martínez Bande, 1973)

Contaba mi madre que, mientras agonizaba Cajal, los perros del barrio estuvieron llorando toda la noche. Por aquellos días ella estaba en Portugalete, donde pasó las jornadas revolucionarias del 34 que, según sus palabras, finalizaron cuando se levantó su famoso puente colgante sobre la ría. Lo de los perros aullando a la luna no deja de tener su aquel, como las anotaciones del diario de Colón según las cuales, pocas horas antes de avistar tierra, "toda la noche oyeron pasar pájaros".

Contextualizar los recuerdos supone una ardua tarea, sobre todo cuando, más que vividos, son transmitidos por terceras personas y asumidos como propios. Años después, revisando la prensa de la época y quizá, inconscientemente, intentando localizar el episodio de los perros ladradores, me sorprendió la escasa repercusión mediática que tuvo la muerte del Nobel español. Pero el ambiente no era muy propicio a homenajes y memorias.

Stanley G. Payne, en su libro El colapso de la República. Los orígenes de la Guerra Civil (1933-1936) (La Esfera de los Libros, 2005) supone una gran ayuda para todo el que quiera conocer cómo se fraguó nuestra guerra civil, de qué manera se fueron formando las fuerzas que acabaron enfrentándose aquellos calurosos días de julio de 1936. El historiador americano, claramente liberal, curtido en el estudio de los movimientos que convulsionaron el período de entreguerras, es uno de los más indicados para arrojar un poco de luz en la marabunta de aquellos tres años cruciales que van del 33 al 36. Al poner en contacto nuestro drama con otros que se estaban desarrollando o incubando a nuestro alrededor, elimina ese inquietante factor de adanismo y excepción que tradicionalmente caracteriza a la historia de España según gran parte de sus cultivadores. También quedan en entredicho las tradicionales e idílicas visiones de una República de pastel, donde todo era armonía y democracia festiva hasta que fuera truncada por el golpe de estado del General. Con el estilo ameno que caracteriza a la historiografía anglosajona, que no se recata a la hora de combinar el tono didáctico con aquel más coloquial del qué habría pasado si, nos adentra en los entresijos de los sucesivos gobiernos encargados de llevar el timón de la República; las maniobras torticeras de un Alcalá Zamora anclado en los tejemanejes del peor clientelismo político de la Restauración; la descomposición ideológica de una derecha que, sin embargo de contar con apoyos más que suficientes, se vio incapaz de articular una formación política que llenara de satisfacción a su electorado; el auge de una izquierda tremendamente desestructurada, impulsado por un radicalismo que fue dejando en el camino a sus facciones más moderadas (Besteiro) hasta transformar la II República, a inicios de 1936, en un régimen que en nada se parecía al que tenían en mente los que lo levantaron el 14 de abril. Desde la pueril, por anticuada, política (anti)religiosa, que se granjeó la enemistad de grandes sectores de la población que, de otra manera, no se hubieran opuesto a un laicismo más acorde con los tiempos, pasando por las fantasías educativas o agrarias que las arcas públicas, aunque saneadas a comienzos del periodo, no podían financiar, hasta los constantes ataques a la libertad por parte de una censura que no dejó de trabajar durante todo el período y de un Tribunal de Garantías que solo respaldaba el cumplimiento de los antojos del gobierno de turno, presenciamos un cúmulo de despropósitos que, necesariamente, tenía que desembocar en un enfrentamiento. A excepción de Chapaprieta, Besteiro (y a ratos Prieto: más por lo que decía que por lo que hacía), pocos personajes se libran de la crítica acerada del historiador. Es de destacar el análisis pormenorizado, con abundancia de fuentes de todo tipo, que lleva a cabo de la evolución del socialismo español, el nacimiento del comunismo y la toma de posiciones del resto de corrientes a caballo entre el marxismo y el anarquismo, así como sus sempiternos compañeros de viaje,  hasta desembocar en el batiburrillo del Frente Popular que pretendía manejar a su antojo Manuel Azaña.

Si la imagen de los perros que se anticipaban a la revolución de octubre era inquietante, ¿qué decir de la de una niña de apenas 13 años regresando a Madrid desde Montalbo, un pueblecito de Cuenca, un día del mes de marzo de 1939? De nuevo, mi madre, protagonizando un relato que en algún momento me gustaría aclarar. Según su versión, fueron evacuados el verano de 1938 de su piso en la madrileña calle de San Isidro, pero el hecho de que solo fueran evacuados mi abuela con cuatro de sus cinco hijos, no así el resto de los vecinos, suena más a deportación que a operación de salvamento. El caso es que se trasladó ella sola a Madrid, quiero imaginar cuando ya se había resuelto esa guerra civil dentro de la guerra civil que fue el golpe protagonizado por el coronel Casado.

Martínez Bande, en Los cien últimos días de la República (Luis de Caralt, 1973) pone el principio del fin de la misma en diciembre de 1938, una vez finalizada la batalla del Ebro, la más larga y costosa de la contienda. Esos simbólicos cien días son narrados al pormenor en esta obra, muy similar por el ritmo de la exposición y la técnica empleada a Frente de Madrid que ya tratamos en su día. La caída de Cataluña, la huída de Negrín y de todo el gobierno a Francia, el golpe de estado del Coronel Casado, hacia el cual no parece sentir mucha simpatía el historiador, los intentos de negociación de una paz honrosa con Franco por parte del Consejo de Defensa, el derrumbe de los frentes.... son tratados con todo lujo de detalles, aportando los testimonios de primera mano de sus protagonistas y los documentos conservados de los dos bandos en los archivos militares. Sin ocultar en ningún momento sus afinidades por todos conocidas, el tratamiento del asunto es lo suficientemente objetivo como para considerar esta obra de consulta obligada en una primera aproximación a la materia en cuestión.

En un momento dado, como zanjando las discusiones bizantinas a que se presta el fin de nuestra guerra, argumenta el autor: "Quienes al cabo de los años, y con una mentalidad propia, desconectada en absoluto del momento que representaba aquel mes de marzo de 1939, tratan de juzgar los episodios que acabamos de describir, suelen cometer, más que una injusticia, un error fuera de toda razón histórica" (p. 251). Se refiere, sin duda, a las pretensiones de Casado de alcanzar un acuerdo de paz, de igual a igual, cuajado de condiciones y plazos, con el vencedor, jugando la baza de haber derrotado, con el golpe, al comunismo que representaba Negrín y su gobierno.

Sea como fuere, quedan de manifiesto tres hechos incuestionables:
1. La postura de resistencia a ultranza del gobierno Negrín en una guerra que ya estaba perdida desde la caída de Cataluña, si tenemos en cuenta que ya se estaban liquidando en el mercado negro las armas adquiridas en el extranjero a un precio muy inferior al de su compra y que la Unión Soviética, una vez firmado el pacto con Hitler, había abandonado a su suerte a la República, solo podía ocultar una doble intención: ganar tiempo para enlazar el conflicto español con el europeo (pura entelequia ya que, por aquellos días, con el fervor y la falsa tranquilidad que provocó el pacto germano-soviético, nadie consideraba próximo y tardaría meses en estallar) y  facilitar la huída de los máximos responsables.
2. La marcha del Gobierno supuso un tanto a favor de las tesis defendidas por los comunistas, que se presentarían con un halo de heroísmo al no aparecer como responsables de la entrega de los restos de la república al vencedor y poder reorganizarse así, sin hipotecas, en la clandestinidad.
3. Desaparecido, con el gobierno y la renuncia del presidente de la República, todo poder civil, las posibles negociaciones quedaban en manos de los militares. Citando a otra obra de Stanley G. Payne, Martínez Bande anotará que la guerra civil empezó y terminó con un golpe de fuerza anticomunista. Aquí, una vez dominada la situación, Casado y el Consejo perdieron un tiempo precioso. En vez de facilitar y agilizar la expatriación de aquellas personas responsables de actos punibles, lo que habría supuesto una menor represión los primeros años de la postguerra, se enzarzaron en negociaciones, reclamando condiciones a un vencedor absoluto que, como tal, y una vez alcanzado el apoyo de las principales potencias, no se veía en la necesidad de considerar.

Por más que se empeñe, hay algunas zonas de oscuridad que la Historia nunca podrá iluminar. Es imposible conjugar la alegría de unos con el dolor de otros, y lo que consideramos datos objetivos solo actúan en espacios comunes definidos y aceptados por todos nosotros. Cuanto más se amplíe dicha área, mayores serán los cauces para el entendimiento, la concordia y la convivencia. Por el contrario, si nos afanamos en reducir lo que nos une, asfixiando el terreno que habitamos, nos veremos condenados a repetir indefinidamente, como en una tragedia, nuestros propios errores. Porque la historia, toda la historia, es nuestra y aunque podamos adelantar el desenlace de determinados acontecimientos, siempre quedarán los imponderables que nos depararán sorpresas de todo tipo.