jueves, 26 de enero de 2012

Política de ayer. A propósito de Niceto Alcalá-Zamora

No sé si será por la estructura mental o lingüística del español, tanto del especímen como del idioma, pero lo cierto es que en esta tierra no florece muy bien la biografía. Y no será por falta de abono, siempre abundante, o por las condiciones climáticas y edafológicas, francamente excepcionales. El caso es que, muy a menudo, resulta decepcionante asomarse al género biográfico en busca de la vida real que se supone debe poner en el tintero quien se embarca en la exhibicionista tarea de abrirse al desconocido lector. Las más de las veces, el tono de las autobiografías oscila entre el lamento autocomplaciente, la vanidad desmedida y la soberbia recalcitrante. Si se trata de trabajos de encargo, es raro toparse con algo distinto de la exaltación ad nauseam  de las supuestas virtudes o defectos del protagonista, de manera que entre la hagiografía y la ejecución al amanecer apenas hay solución de continuidad en el panorama editorial memorialístico hispano
El dietario de Alcalá Zamora, publicado recientemente por La Esfera de los Libros, no se escapa a la tónica general que acabo de exponer. A la espera de concluir su lectura, aunque ya bastante mediada, solo puedo adelantar que la opinión que me inspiran las andanzas del político de Priego es bastante triste. De Niceto Alcalá-Zamora (NA-Z) tenía un conocimiento bastante somero: Presidente de la II República hasta 1936 y defenestrado por disolver las Cortes en dos ocasiones al incumplir lo que dictaba al respecto la Constitución vigente.
Mi escaso interés por la II República y la carga de prejuicios que uno va acumulando a lo largo de los años me impedían escuchar los cantos de sirena que ponían en la persona de Niceto gran parte de la responsabilidad  en las turbulencias que desembocaron en la Guerra Civil. Me sentía cómodo con la  imagen de un presidente moderado, o conservador (de orden), que tenía que bregar con fuerzas políticas muy enfrentadas. Pero con el tiempo uno va perdiendo el lastre de las ideas preconcebidas, y como aquel que piensa que está todo el pescado vendido, comienza a replantearse ciertos dogmas que consideraba hasta entonces inamovibles y, oh sorpresa, las cosas no son como parecían.
Así, ya no considero a NA-Z un tipo bienintencionado, víctima de las circunstancias adversas e inmanejables del momento. Los diarios del Presidente, que abarcan los primeros meses de 1936, nos presentan a un auténtico manipulador que guarda verdadero odio hacia la derecha política y sus dirigentes, a los que descalifica e insulta con encono, mientras que no oculta cierta indiferencia, a menudo comprensión, hacia las izquierdas. Un tipo que, en contra de la opinión mayoritaria expresada en las urnas, se dedica a amañar gobiernos centristas que pueda manejar a su antojo.
El endiosamiento de que hace gala, su posicionamiento por encima del bien y del mal, observando desde el Olimpo al resto de personalidades del momento, es compartido por Manuel Azaña. A diferencia del cordobés, el alcalaíno maneja una prosa impecable, de gran estilo, pero su mendacidad y engreimiento son parejas. Parece que con ellos no va la cosa, que los culpables son siempre los otros, y no dejan de quejarse de su mala fortuna y de la perversidad del adversario político.
¿A qué viene tanta inquina y tanto lamento? Provoca cierto enojo la contemplación de semejante embrollo. Me recuerda bastante a los culebrones, que fundamentan su larguísima vida, los centenares de capítulos en que se extiende cada título, en una traición, mentira o simple ocultamiento. Al no aclararse desde un principio estos extremos, la rama tiene que prolongarse indefinidamente, pues es el espectador, nunca los protagonistas de la misma, el que está en posesión de la verdad, de la clave que aclararía, con su mero enunciado, los motivos causantes de las desavenencias y conflictos en que se ven envueltos sus sufridos personajes.

Este mismo esquema explicativo se podría aplicar al periodo histórico en que se enmarca el dietario de NAZ. Y resulta doblemente triste el espectáculo ya que, por un lado, hablamos de una etapa que tuvieron que vivir y padecer nuestros padres y abuelos, ya fuera directamente o sus efectos colaterales; y en segundo lugar, porque ninguna sociedad debería ser víctima de un destino cruel, sencillamente porque eso no existe. Quiero decir que se conocían los mecanismos adecuados para resolver los problemas que nos acuciaban, pero nadie tuvo la suficiente altura moral para aplicarlos. Siguiendo a JF Revel, es paradójico que una clase dirigente en posesión de un elevado nivel intelectual se viera incapaz de desplegar semejante caudal de conocimiento en fórmulas dirigidas a facilitar el desarrollo personal de los ciudadanos. Pero el conocimiento sin unos principios que lo orienten es algo vano, estéril y absurdo. Es más: como expuso magistralmente Julián Marías en un trabajo donde recorría, a modo de inventario, la historia intelectual española entre 1898 y 1936, se difundió un desánimo general, alimentado por los rectores culturales, que no respondía a un análisis objetivo de la realidad. En su virtud, España era un país atrasado, un auténtico erial, cuando los hechos mostraban más bien una sociedad enmarcada perfectamente en su ámbito cultural y con unas condiciones económicas no muy diferente de las de sus vecinos. Aún así, no dejaba de pintarse, como en un lienzo tremendista, una economía en crisis (cuando todos los paises estaban inmeros en la del 29), una sociedad descoyuntada y un desierto científico y cultural.

Quid prodest? Semejantes polvos solo podían traer los lodos del extremismo. La clase política española con la más alta cualificación intelectual de los últimos cien años nos llevó al matadero en cuestión de poco menos de diez años. ¿Por qué? ¿A quién aprovechaba, quién sacaba beneficio de semejante despropósito?

Fue una sucesión encadenada de claudicaciones y renuncias, de quebrantamientos de la ley, de presentar como legítimo lo que carecía de sentido común lo que provocó las convulsiones de entonces. Desde la promulgación de la República sobre la base de los resultados parciales de unas elecciones municipales (donde los partidos contrarios al sistema político vigente solo obtuvieron mayoría en las grandes ciudades), hasta la destitución de NA-Z en 1936, transcurrieron cinco años calamitosos de un régimen republicano implantado por monárquicos, jacobinos y sectarios en el que nadie creía. En el marco de una Constitución disparatada, con una ley electoral que premiaba la formación de grandes bloques de partidos, el camino hacia la corrupción y el extremismo de uno u otro signo estaba allanado. Los obstáculos puestos por NA-Z para que el partido más votado no estuviera representado en el gobierno, invocando un quimérico centrismo o moderantismo por el que nadie daba un duro, sólo sirvió para que la derecha comenzara a abrigar cierto recelo hacia el régimen, mientras que la izquierda, que siempre había desconfiado de esa república burguesa, recibió la victoria de febrero de 1936 como la oportunidad de acelerar un proceso revolucionario ya en marcha.

Fuera de la literatura, no creo en la historia-ficción, ni en el qué hubiera pasado si..., y comparto absolutamente la práctica de no aplicar al ayer categorías de hoy. Pero el pasado que recoge el dietario de NA-Z no está tan lejos, y ya entonces se conocían otros horizontes, otros objetivos hacia los que orientar la política y sus esfuerzos. Me preguntaba a quién aprovechaba el caos de aquel tiempo, y no dejo de pensar en ese libro de Julián Marías, España ante la historia y ante si misma (1898-1936). Si los intelectuales que vivieron entre 1898 y 1936 tenían la sensación, que se compadecía poco con la realidad, de habitar un mundo en ruina  y descomposición y algunos sectores políticos de hoy se miran en la II República como un sistema digno de ser restaurado, parece lógico que los lamentos de ayer y las añoranzas de hoy solo benefician a quienes tienen muy poca fe en (y bastante desprecio por) el ser humano. Afortunadamente, creo que quedan pocos de los unos y de los otros.

2 comentarios:

Marina Escobar dijo...

Yo no he leído la autobiografía de N. Alcalá Zamora, pero sí muchos libros sobre la II República, etapa sin cuyo estudio es incomprensible entender muchos de los planteamientos políticos actuales...es una etapa apasionante, y si te interesan los libros rigurosos alejados de estereotipos, de recomiendo "El colapso de la II República" de Stanley Payne, para mí un libreo verdaderamente imprescindible.
Tu artículo, como siempre, secillamente encantador

Nacho Díaz-Delgado Peñas dijo...

Buenos días, Marina. Llevo arrastrando el libro de Stanley Payne (gracias por el préstamo) por toda la línea 5, el 25 y el 39, únicos "espacios de lectura" que nos brinda nuestra vida achuchada. No había leído nada del americano, y es cierto que cautiva su estilo (tan directo: tan USA) y su falta de complejos al exponer los asuntos. No sé cuándo podré devolvértelo, pero prometo cuidarlo. Un beso