lunes, 5 de diciembre de 2011

Hacer difícil lo fácil o Elogio de la sencillez


No nos engañemos. Este contrasentido, paradójicamente, guía nuestra vida. Porque el ser humano, con tal de no hacer lo que tiene que hacer, es capaz de enredarse en los más desagradables (y costosos) berenjenales, para adentrarse en los cuales debe, además, invertir un esfuerzo mayor que aquel que pretende ahorrarse con el atajo, recogiendo, como fruto, las más desagradables consecuencias. Los ejemplos abundan por poco que escarbemos y todos, en más de una ocasión, nos hemos visto envueltos en esa madeja que una falsa estratagema de la comodidad se entretiene en anudar hasta el infinito.


Si nos detenemos por un momento en el pensamiento político, y en todas las recetas que filósofos, historiadores, visionarios, economistas y sociólogos han extendido a aquellos que querían facilitar la vida del hombre que anhelaba alcanzar la felicidad en comunidad, el elogio de la sencillez se convierte en una voz que clama desde la cara oculta de la Luna.


Porque no puedo entender de otra manera el éxito absoluto de esos productos ideológicos que, para rizar más el embrollo, no son capaces ni siquiera de adoptar una marca, pero que yo me empecino en llamar hijos de la multípara ideología social. En ese cajón de (de)sastre ebullen como en una olla al fuego todas las fantasías que un día se llamaron socialismo, anarquismo, fascismo, corporativismo, nacionalismo, comunismo, nazismo, socialdemocracia, democracia-cristiana... Todas aquellas construcciones que durante dos siglos han jugado a gobernar, con los resultados por todos conocidos; ese pensamiento que, cada vez que se expresa, no abandona, ni por equivocación, el campo semántico que tiene sus puntos cardinales en grandilocuencias como Sociedad, Solidaridad, Igualdad, Humanidad, Fraternidad.. Esas elucubraciones salpimentadas con una pizca de cristianismo mal entendido, anacronismo barato, romanticismo de opereta, mesianismo de salón, culturalismo ñoño y cientificismo sin ciencia son las que hoy rigen nuestros destinos


La confusión es tal, que ya no hay rojos ni azules, derechas ni izquierdas; se ha extendido por doquier el morado y el espíritu ambidiestro (o ambizurdo, valga el neologismo). Quien no comulge con ruedas de molino, pasa a convertirse en un outsider sin remedio y provocará sonrisistas de conmiseración en su entorno.

Y por mucho tiempo, pues cualquiera es el guapo que se arriesga a devolver al individuo las riendas de su propia vida sin morir en el intento.

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