miércoles, 26 de octubre de 2011

Un paseo por la memoria. Ruta por el parque de Caramuel y las sacramentales organizada por GEFREMA (23 de octubre de 2011)

El Puente de Segovia en 1939
A menudo, mi madre contaba una anécdota que le sucedió durante la guerra. Debió ser en los primeros meses de 1937, cuando se alojó en su casa una familia de evacuados que se vieron obligados a abandonar su hogar por la proximidad del frente. Como era habitual, salían a diario a hacer colas en los repartos de comida, y en una de esas salidas cruzaron el Manzanares, subieron por la carretera de Extremadura y, poco antes de la Puerta del Ángel, enfilaron a la izquierda hasta llegar a una casa bombardeada. Entre las dos, cargaron con una viga de madera que, una vez astillada, les serviría para calentarse durante algún tiempo. Satisfechas por el botín adquirido, se disponían a regresar a la calle de San Isidro cuando unos milicianos les cortaron el paso. Insensibles a las protestas de la mujer, que juraba y perjuraba, con lágrimas y lamentos (fingidos), ser propietaria de la viga y de la casa destruida, tuvieron que dejar el tesoro donde lo encontraron y desandar el camino hasta casa.
Casualmente, poco más de 20 años después de aquella historia que mi madre recordaba sonriendo y sin asomo de amargura, mis padres se compraron un piso en ese mismo barrio. Y allí viví yo hasta 1997.

Y más casualidades.

El Grupo de Estudios del Frente de Madrid (GEFREMA para los amigos) organizó una visita ayer domingo por los restos que quedan del frente en parte del arco suroeste de Madrid capital, concretamente las sacramentales y el parque de Caramuel. Cuando nos enteramos de la convocatoria, Carmen y yo nos apresuramos a hacernos socios de Gefrema, requisito imprescindible para participar en las rutas, idea que llevábamos tiempo acariciando, deseosos de abordar la Guerra Civil desde una perspectiva histórica lejos del academicismo de camarilla y de la memoria histérica-partidista. La alternativa a estas dos maneras de aproximarse al asunto es el estudio de los hechos puros y duros, y nada parece más sólido en una guerra que el hormigón de un fortín, un muro ametrallado o una trinchera excavada en el suelo.

Mecado Tirso de Molina con el
escudo republlicano
La experiencia fue gratificante, no tanto por los restos descubiertos, como por el ambiente que se respiró toda la mañana, aportando cada cual sus pocos o muchos conocimientos e intercambiando datos y lecturas con la misma objetividad y desapasionamiento que si se tratara de un seminario sobre las guerras del Peloponeso. Y eso se agradece.


Lo que perece ser aspillera y restos de impactos
en el muro del cementerio
de San Justo

Fortín medio enterrado en el
parque de Caramuel
Comenzó la gira en el metro de Puerta del Ángel con una afluencia importante, pues unas 30 personas ocupando la calle a a las nueve y media de la mañana de un domingo sin nada que reivindicar es, por lo menos, curioso. El guía, José Ignacio, nos facilitó un dossier con fotografías, planos y noticias que ilustraban punto por punto todo lo que íbamos a ver, desde curiosidades como el escudo de la República en el frontón del mercado de Tirso de Molina, levantado en 1933 y del que nadie se percató cuando Regiones Devastadas reconstruyó el barrio después de la guerra, hasta los restos enterrados de un fortín en los jardincillos de una vivienda del Paseo de la Ermita del Santo (dato aportado por José Sánchez Díaz, vecino del barrio y miembro de Gefrema), pasando por la Quinta de Goya y la mención a la estación del ferrocarril de vía estrecha del mismo nombre del que partía un tren blindado que tuvo parte activa en la guerra de minas que se desarrolló en el sector durante la Batalla de Madrid, y los restos algo más evidentes de otro fortín en un terraplén del parque de Caramuel.

De allí pasamos al Barrio de Goya donde Jacinto M. Arévalo, autor de una monografia sobre trenes blindados, aprovechando que estábamos (Calle Sepúlveda) en el trayecto del ferrocarril del vía estrecha, habló sobre ese tipo de armamento utilizado antes de nuestra guerra, e incluso en la II Guerra Mundial. Cruzando el barrio de Goya, del que apenas quedan un par de casas de la época, llegamos a las sacramentales, en cuyos muros se conservan restos de aspillera (o troneras) desde las cuales se hacía fuego sobre las líneas enemigas. En los románticos y ostentosos mausoleos que abundan en esas grandes necrópolis (San Justo, San Isidro y Santa María), levantadas durante la primera mitad del siglo XIX, también se pueden ver impactos de proyectiles. Pasamos por delante del cementerio inglés, que luce un precioso escudo del imperio británico, atravesamos el frente nacional establecido en General Ricardos para visitar el último cementerio (San Lorenzo y San José) y finalizar la ruta en la cervecería de la Cruz Blanca, en Marqués de Vadillo, con el cielo plomizo y amenazante, hablando de Brunete, las brigadas internacionales, Martínez Bande, esperando encontrarnos de nuevo en la próxima ruta por la Casa de Campo.

Un panteón del cementerio de
San Isidro, con impactos de bala
Cementerio de "los ingleses"
Fue un auténtico paseo por la memoria, por los recuerdos de mi infancia en ese parque de Caramuel (entonces todo el mundo lo conocía como Los Pinos), donde jamás habría imaginado que un nido de ametralladoras apuntara hacia el Barrio del Lucero o Los Cármenes; el tren de vía estrecha, desmantelado en 1970, y del que difícilmente me puedo acordar, aunque conservo aún un resto de memoria auditiva pues juraría haber escuchado las noches tórridas de verano, siendo muy niño, cuando el insomnio se apodera de uno, su cansino silbido y traqueteo; las moreras de la Vía Carpetana, en los muros del cementerio, donde mi padre nos llevaba a recolectar sus hojas en la temporada de los gusanos de seda; el mismo cementerio de Santa María, donde descansa mi abuela Obdulia, y donde se parapetaban los soldados durante la Batalla de Madrid...

Lápida de la tumba de mi abuela
en el cementerio de Sta. María
Lo que no conseguí identificar jamás es el lugar exacto en que se encontraba la casa destruida de la que pretendieron llevarse una viga de madera mi madre y aquella mujer.

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