jueves, 4 de agosto de 2011

Necesitamos un culebron de verano

Parece que quedaron atrás los culebrones de verano, cuando nada sucedía y esa misma nada ascendía a categoría de titular con los ejemplos más extravagantes que imaginarse pudiera.

De los veranos de mi infancia recuerdo sobre todo sensaciones, unas más placenteras que otras, y entre estas últimas, una que no sé ubicar muy bien en el tiempo, pero debió ocurrir durante los primeros años de nuestra gloriosa transición. La imagen la tengo grabada con extraordinaria nitidez: la terraza de la casa de mis padres, los toldos, como correspondía a la canícula, rigurosamente bajados hasta la altura de los geranios, emitiendo ese chirrido particular cuando eran azotados por el abrasador viento agosteño; mi madre, haciendo punto sentada en una silla y yo a su lado. Por el cielo volaban con cierta intermitencia unas avionetas que despegaban, ahora lo sé, del aeródromo de Cuatro Vientos. Por aquel entonces teníamos un terrorismo bastante activo, y un día sí y otro también nos sorprendían con uno o dos asesinatos. Mi imaginación, bastante calenturienta, se desataba como esas avionetas que insistían en sobrevolar el barrio, y no tardaba mucho en preguntarle a mi madre sobre la guerra, la Guerra por antonomasia: nuestra Guerra Civil. Y no me cansaba de escuchar las mismas historias y anécdotas, que siempre he creído a pies juntillas, ya que jamás variaban los escenarios, las fechas y los personajes. Al principio, la pregunta que se me venía a la cabeza invariablemente se veía detenida por algún extraño mecanismo de censura que nos impide ametrallar a alguien con cuestiones que suponemos, de todo punto, inoportunas o impertinentes. Pero un buen día me atreví y le lancé el golpe: si las cosas estaban tan mal, y ya se veía venir lo que sucedió finalmente, ¿cómo es que se quedaron en Madrid?. "Desde luego -concluía, con esa estúpida suficiencia de la infancia- yo habría cogido la maleta y me habría largado" Ella me miraba con ese gesto de impotencia que ahora ponemos a nuestros hijos cuando nos hacen un comentario, en apariencia inane, pero cargado de sentido común: "Nadie se podía imaginar que ocurriera lo que ocurrió", respondía.

Este curso nos iremos de vacaciones sin esos ansiados culebrones de verano que conseguían calmar los sobresaltos de los meses que dejábamos atrás. ¿Qué pasará cuando todo vuelva a empezar en septiembre? Las expectativas no pueden ser peores. ¿Será verdad eso que dicen por ahí, que lo mejor de 2011 es que será bastante mejor que el 2012? Volviendo a los dichos, hace poco escuché o leí, no lo recuerdo, una sentencia estupenda: "La vida es lo que te sucede mientras intentas planificarla", o algo así. Sin comentarios.

En estos momentos de crisis económica, política y de valores, una de las cosas que más deseo es no tener que decirle a  mis hijos en un futuro lo que me respondió mi madre aquella tórrida tarde de verano: "Nadie se podía imaginar que ocurriera lo que ocurrió"