jueves, 21 de julio de 2011

Cuestión de principios. Extensión de derechos = Disminución de libertad (II). La educación

El campo de la educación es uno de los preferidos de los expendedores de derechos que en el mundo han sido. Y es, tal vez, donde tienen que echar el resto, pues su supervivencia depende en buena medida del grado de maleabilidad de la sociedad, siendo la educación/formación del individuo su piedra de toque. Como apostilló Ricky Mango en la primera entrada de esta serie: "Implícitamente, la democracia está basada en el supuesto de que todos los ciudadanos están plenamente informados de lo que concierne a sus intereses. Pero ninguna democracia se esfuerza por conseguir que no falle ese supuesto (aunque hay grados). Así, las elecciones resultan ser representativas de una población desinformada, y Rodríguez no es más que un resultado de esa situación. Probablemente, la cosa no se arreglaría ni con listas abiertas. Para mí, la educación es la clave de todas las sociedades, y la democracia debería medirse en unidades de distancia a Atapuerca"

Históricamente, en cuanto el Estado comienza a tener poder, es decir, depura sus mecanismos de extorsión, si no se tropieza con otro poder que modere sus ambiciones, coloca a la educación en el punto de mira. En principio, nada que objetar. Si es capaz de proporcionar una instrucción de calidad a todo aquel que quiera acogerse a la misma, bienvenido sea.

El error está, una vez más, en extender el derecho a la educación (concretamente: obligar a escolarizarse) a todo el mundo, con la malsana intención de contener, por ese medio, unas cifras de paro disparatadas, aunque, de cara a la galería, quedas de lo más democrático. La "sujección de todos los niños a las aulas" durante un largo periodo de tiempo, supone, por lo menos, dos inconvenientes: obligar a convivir a niños que quieren estudiar con otros que preferirían acceder el mercado laboral o, sencillamente, no tienen ningún interés en el estudio, que es muy respetable.

Como nuestros gestores son tan avispados e inteligentes, son conscientes del problema que se les viene encima; pero como también son resolutivos, implantan un bonito sistema de segregación, creando dos o tres velocidades e impidiendo que el mero impulso de emulación entre los críos juegue su papel de promoción y de sana competencia.

Es decir, por extender un derecho, rozas prácticas racistas dignas del apartheid, y vulneras la libertad de aquellos que no quieren estudiar. Magnífico.

Por otra parte, está la titularidad de los centros y las materias impartidas.

Los gobiernos socialdemócratas, es decir, casi todos los gobiernos, como ya he dicho, gozan manipulando la educación, pero como tienden al totalitarismo y se licuan con la imagen y la propaganda, promueven (aunque se empeñen en negarlo) los centros escolares concertados. Otra extensión más: derecho a recibir la educación que los padres estimen oportuna y se ajuste más a sus intereses/creencias. Falso. Al subvencionar los centros escolares, ya sean laicos o confesionales, estás interviniendo directamente en un sector de la economía, perjudicando a aquellos emprendedores, o cooperativas de profesores, o instituciones religiosas que tengan la intención de montar una escuela, y competir con otros centros similares en el mercado ofreciendo lo mejor que esté en sus manos. Cuando Marina comentó en la otra entrada: "Por lo que respecta a los centros concertados, mientras el estado se lleve una pasta de los contribuyentes vía impuestos, al menos recogemos parte de lo invertido... No es igual que las subvenciones a partidos y sindicatos, la Iglesia busca desde hace unos años la autofinanciación, su situación es completamente diferente", lo que yo pretendía era defender la libertad e independencia de todo aquel que quiera crear una empresa (en este caso: escuela), sin entrar en una imposible competencia con el Estado ni comulgar con ruedas de molino.
Tenemos, pues, una educación pública con muy buenos profesores pero con escasez de medios, una educación subvencionada con mayor escasez de medios pero con el agravante de la masificación, y una educación privada que, si es de calidad, resulta totalmente inaccesible ya que se ha eliminado del juego la competencia.

En cuanto a las materias que se imparten, están bastante teñidas de ideología (no solo educación para la ciudadanía, también ciencias sociales) y no van acompañadas de los valores necesarios a la formación del individuo: esfuerzo, trabajo, constancia, superación. Además, vienen impuestas desde las consejerías respectivas, por lo que tienden al localismo más ramplón.

Luego tenemos otro derecho: el derecho al ocio, la diversión y el juego. En su nombre se está perpetrando una de las mayores fechorías, junto con la falsa conciliación de la vida laboral y familiar (esto da para otra entrada), contra los padres que trabajan fuera de casa: la aplicación de la jornada intensiva durante todo el curso en los colegios que así lo decidan. Con la que está cayendo, optamos por reducir el número de horas de formación, como han hecho hace años dos de las comunidades más prósperas de España: Extremadura y Castilla-La Mancha.

Por último, me sorprende enormemente la aceptación que ha tenido en un amplio espectro de la opinión pública de todos los signos la apuesta que ha hecho Esperanza Aguirre de creación de "granjas de formación". Me parece inadmisible el abandono (la "desinversión") paulatino de la educación pública y volcarse, con dinero de todos, en aquellos niños sobresalientes. Volvemos al principio: obligamos a todos a estudiar, con lo cual el nivel baja necesariamente, pero luego repescamos a los de 16 años para "internarlos" en centros de "alto rendimiento". Muy liberal. ¿No sería mejor ofrecer a todo aquel que quiera una excelente educación pública, y dejar que la sociedad civil actúe como lo hacía tradicionalmente?

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